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Mostrando entradas de julio 26, 2012

Se le olvidó mi nombre

Jugueteaba con la bastilla de su vestido, la agarraba, se la enrollaba entre los dedos para luego soltarla y alisarla con la mano con absoluta parsimonia.Llevaba rato haciendo lo mismo, sentada en su sillón con un mullido cojín en la espalda que hacía que su cuerpo se encorvara ligeramente hacia delante. De vez en cuando levantaba la cabeza y me miraba, entonces se ponía muy seria. Yo la miraba buscando en sus ojos algún sentimiento, algún pensamiento dicho en voz alta. Hacía tiempo que no hablaba más que alguna palabra suelta,sin sentido para mí aunque tal vez, con algún sentido para ella. No recuerdo el día en que su pelo se volvió tan blanco, ni de cuando su cara se surcó de arrugas, tampoco recuerdo cuando sus manos, antaño enérgicas y seguras se volvieron quebradizas e inseguras.Lo que sí recuerdo con total nitidez, es el día en que dejó de llamarme por mi nombre, recuerdo la primera vez que me miró y supe que me había convertido en una extraña para ella. Me echó al

Lo que me callo

La delata el brillo de su mirada. Sentada frente a la cómoda de su habitación, se cepilla el pelo mientras mira absorta a un punto indeterminado de la pared. La observo con detenimiento con una media sonrisa en los labios. Hace días que está diferente, algo en ella ha cambiado y sé a ciencia cierta que nuevos y desconocidos sentimientos bullen en su interior. Las pasadas con el cepillo las hace con lentitud, como a cámara lenta, mecánicamente. Se peina mientras sueña despierta. A través del espejo se cruzan nuestras miradas, arquea las cejas, un gesto muy común y propio de ella, en señal de pregunta. Cruzo los brazos mientras la escucho entonar una canción. Su voz aún contiene trazos de aquella niñez recién dejada en un rincón de su corta existencia. No me cuenta nada, es su secreto, lo atesora con ella, porque cree que nací con esta edad. Tal vez no se da cuenta de que yo también tuve catorce años. Que sé perfectamente lo que siente, lo que sueña, lo que desea y lo qu

Deshumanización

No han sido pocas las veces que he pensado en como en el mundo en que vivimos, nos lleva a una total deshumanización. Comemos mientras vemos en las noticias como miles de muertos aparecen en la pantalla por  guerras absurdas. Hacemos nuestra vida normal mientras escuchamos como una madre que objeta como eximente locura temporal, ahoga a su bebe en una bañera. Paseamos por calles, mientras vamos sorteando a pobres que extienden las manos para conseguir una mísera lismona y no nos paramos jamás a pensar en cuál fue el motivo que los llevó a esa lastimera situación.  Cenamos mientras visualizamos en la televisión, cómo periodistas y colaboradores de tres al cuarto, cuya única misión es que cuánta más audiencia mejor, sin importar la cantidad de daño que puedan hacer a personas que en la mayoría de los casos, son personas de bien, ganan ingentes cantidades de dinero, mientras que la mitad del pais tienen que vivir con cuatrocientos euros  de pensión al mes. Las noticias n

Alas rotas (última parte)

Cuando volví a despertarme noté que las correas estaban más sueltas, que ya no me apretaban tanto. Me sentía muy débil, supuse que era por la medicación que me estaban administrando, no obstante probé a soltarme una mano y no tuve el menor problema en hacerlo. Me estaba deshaciendo de las ataduras cuando escuché que la puerta se abría. Me quedé muy quieta rezando para que la persona que entraba no se diera cuenta de lo que estaba haciendo. Era una enfermera, la misma  de la tarjeta con las iniciales que leí justo antes de que me durmieran. Se acercó a mí y poniendo su cara a pocos centímetros de la mía me susurró: -En el forcejeo de hoy conseguí aflojarle las correas sin que nadie se percatara de ello. Estas no son revisadas porque dan por hecho de que es imposible que alguien las desate sin ayuda. -¿Por qué?, ¿por qué quiere ayudarme?- acerté a decir. -Eso no importa mucho ahora, escuche atentamente y no me interrumpa ya que no dispongo de mucho tiempo. Le dejaré mi reloj

Alas rotas ( segunda parte)

¿Hay alguien ahí??? Me obligue a mí misma a quedarme quieta por un momento, tenía que pensar. Las correas no me ayudaban mucho ya que siempre he sentido pavor a no poder moverme y esto me creaba una profunda ansiedad, pero tenía que  sosegarme, de otra forma no podría pensar con claridad. Tenía que buscar una manera de soltarse de las malditas correas. Las miré estudiando un modo de liberarme, tenía las manos pegadas a cada lado de la cama, otra me sujetaba las caderas y otras me aprisionaban los tobillos. ¡Joder!, ¿cómo había llegado hasta allí?,¿que es lo qué me había llevado a esa situación?.No conseguía recordar nada, por más que buscara en mi mente, no lograba ... ¡espera un momento!. Con una brusquedad que casi me dolió recordé el día del parque, la bolsa tirada en el suelo, la cinta rosa, la policía... ¡Mi hija!, ¿dónde estaba mi hija?. Escuché que la puerta se abría y giré la cabeza hacía allí. Hizo acto de presencia un señor con bata blanca, cuya estatura me hizo p

Alas rotas ( primera parte)

Desapareció una mañana de mayo soleada y clara. Era domingo, le había prometido llevarla al parque y había cumplido mi promesa. Me pidió permiso para ir a comprar comida para las palomas y se lo dí. No estaba lejos, de vez en cuando yo alzaba la cabeza del libro que estaba leyendo y la veía, hasta que en una de esas miré y ya no la vi más. Por un momento pensé que había ido a darles de comer a las palomas por su cuenta, así que me levanté para ir a buscarla. Cuando después de dar varias vueltas no la vi me entró el pánico. -¿ Ha visto una niña de unos seis añitos? -No, no la he visto. - Lleva una camiseta rosa con un osito en la parte delantera y un pantalón vaquero, es rubia, con  trenzas ¿Seguro que no la ha visto? -No señora, no la he visto, ya se lo he dicho. Hice esa pregunta con esa misma descripción unas cuarenta veces a toda persona que me cruzaba. Y otras cuarenta veces me respondieron lo mismo. Nadie la había visto. ¿ Cómo era posible que nadie la hubiese vist

El cazador de zorras

Me levanté como pude con el cuerpo dolorido, un hilillo de sangre me caía por la comisura de los labios debido al fuerte puñetazo que él me propinó. Me costaba respirar, las costillas las tenía profundamente lastimadas y magulladas, así como lastimada y magullada tenía el alma. Vivía con un monstruo que temía al caer la noche. ¿Cuántos años llevaba así? Para mí muchos, para mis huesos muchos más. -Mami... mami, ¿qué te ha pasado? Por qué tienes sangre?. El corazón se me partió en mil trozos al escuchar la voz de mi hijo preguntándome aquello. Yo siempre lo mantuve al margen e hice todo lo que había estado en mis manos para que aquel ángel no sufriera, hasta esa noche. Lo acuné en mis brazos, en mi regazo, quise fundirme con él. -No pasa nada corazón mio, la mami se ha caído. -Mami, ven al cuarto de baño que yo te curaré. El monstruo pasó por mi lado murmurando: -El día menos pensado mato a esta zorra. -Mami, ¿ por qué papá dice que matará a una zorra?- preguntó

A Noelia

Camina por la vida silenciosa y pausadamente, casi sin hacer ruido.   Camina al compás del gentío por costumbre, por rutina, por obligación, pero sin ganas.   Se deja llevar por la vida pero sin vivirla.   Se paró el reloj que marcaba sus horas.   Se inmovilizó el calendario que determinaba sus días.   Se atoró el motor que la guiaba.   Se estropeó para siempre el tren que la llevaba.   Se interrumpió el latido del corazón que latía junto a ella.   Se soltó de su mano sin casi tiempo para despedirse.   La muerte burlándose de su juventud se lo arrebató con crueldad, sin el más mínimo ápice de misericordia.   Lágrimas amargas inundan sus noches, en la soledad de su cuarto, en el vacío de su cama Lo recuerda como al hombre que amó por encima de todo, como al padre de sus dos amados hijos. En su cumpleaños arroja un ramo de flores en el lugar donde reposan sus cenizas, mientras una mano aprieta fuertemente su maltrecho corazón. Se fue y la dejó aquí, soportando

Soledad y su soledad

Soledad tenía el pelo blanco y desmadejado como una de esas nubes que forman figuras caprichosas en el cielo si se las mira detenidamente. Las manos arrugadas y callosas, fruto del tiempo y del trabajo. Los ojos azules como zafiros y profundos como el mismo océano. Solía sentarse al sol en el banco más cercano a la fuente del jardín. Decía que le encantaba escuchar el agua correr. También le gustaba ver los destellos de colores que producía. Tenía que ponerle siempre vestidos con bolsillos delanteros por imposición de ella, ya que les servía, según decía, para guardar la  foto de su familia. En ella se podía ver a dos niños pequeños en el regazo de su madre. Se pasaba el día mirándola y a veces hasta la veía acariciarla con ternura. María, una anciana de pelo corto y rizado, vestida de negro siempre y enjuta como una vara, me contó la breve historia de Soledad.. Soledad tenía dos hijos.   Eduardo, teniente de la guardia civil y Roberto, arquitecto re

Decisión final

Es temprano cuando  decido acercarme a la playa a tomar el sol mientras leo un libro. La playa a esa hora aún está desierta  y precisamente esa soledad es la que busco. En casa he dejado a mi marido que últimamente no se dirige a mí para nada. Como si no existiera, no sé... no lo entiendo. Mi hija ha salido temprano y ni siquiera se ha despedido de mí. Está en la misma situación que su padre, hablan entre ellos pero no conmigo. A veces hasta noto que les cuesta trabajo decir mi nombre.. El sol calienta muy suavemente. Me dispongo a coger una postura cómoda para mi quehacer cuando algo me hace mirar al frente y la veo. Veo a mi hija. No puedo evitar sorprenderme. ¿ De dónde ha salido esta niña? ¿ Por dónde ha venido?   Le hago señas con la mano pero no me ve. Grito su nombre pero no me oye. Si al menos supiera por qué está enfadada conmigo... Decido dejar las cosas tal cual y la dejo tranquila. En cambio, no puedo dejar de mirarla. Se sienta sobre la are

La pérdida de una madre

Te has ido y no te he dicho las veces necesarias lo mucho que te quería. Con tu partida me he quedado con miles de abrazos guardados que ya nunca podré darte. Al marcharte me has dejado con un cofre sin fondo lleno de besos que guardaré para siempre, pensando en los muchos que no te di. Se terminaron las conversaciones cómplices que desahogaban a mi corazón.   Las caricias que me demostraban tu amor incondicional las guardaré en mi alma así  como guardaré tu recuerdo. Contigo se ha ido mi parte de niña  y me has dejado con la parte de mujer que tiene que soportar tu ausencia. Siento que el tiempo que no te dediqué, me sobra ahora para echarte de menos. El sentimiento de tu pérdida es tan grande, que es imposible plasmar en un papel todo el estrago que has provocado en mi vida. Sobran las palabras, las letras... sólo queda el dolor que únicamente puede ser entendido por aquel que ya no tiene a su madre consigo. Besos, caricias, abrazos, miradas... que guardaré celosam

Te doy mi palabra de honor

El ruido de un frenazo y el impacto de metales me hizo frenar bruscamente. Puse la sirena del coche y encendí las luces  mientras giraba a toda velocidad para ir hasta el lugar del accidente. Un coche se había salido de la vía y había impactado contra un muro. Lo que antes era un coche ahora era un amasijo de hierros retorcidos e imposibles.   Aunque hacía ya algún tiempo que era policía, aún se me hacía muy cuesta arriba presenciar ese tipo de accidentes.   Mi padre siempre me decía que aquello eran gajes del oficio, que yo era un hombre y que los hombres soportaban esas cosas.   Muchas veces le hablé de dejar aquello y con voz iracunda y la rabia saliéndose por los ojos me gritaba:   -¿ Cómo puede ser posible que haya criado yo a este maldito gallina?.   - ¡ Lleva esa placa y ese uniforme con valentía, inútil!   No sé dónde guardaba los sentimientos el muy cabrón.   Cuando paré el coche y bajé,  rezaba para mis adentros mientras me acercaba:   ¡ Por favor Dios mío, que no haya niños,