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Te doy mi palabra de honor

El ruido de un frenazo y el impacto de metales me hizo frenar bruscamente. Puse la sirena del coche y encendí las luces  mientras giraba a toda velocidad para ir hasta el lugar del accidente. Un coche se había salido de la vía y había impactado contra un muro. Lo que antes era un coche ahora era un amasijo de hierros retorcidos e imposibles.
 
Aunque hacía ya algún tiempo que era policía, aún se me hacía muy cuesta arriba presenciar ese tipo de accidentes.
 
Mi padre siempre me decía que aquello eran gajes del oficio, que yo era un hombre y que los hombres soportaban esas cosas.
 
Muchas veces le hablé de dejar aquello y con voz iracunda y la rabia saliéndose por los ojos me gritaba:
 
-¿ Cómo puede ser posible que haya criado yo a este maldito gallina?.
 
- ¡ Lleva esa placa y ese uniforme con valentía, inútil!
 
No sé dónde guardaba los sentimientos el muy cabrón.
 
Cuando paré el coche y bajé,  rezaba para mis adentros mientras me acercaba:
 
¡ Por favor Dios mío, que no haya niños, por favor que no haya niños!.
 
No, no había niños.
 
Estabas tú, ya sin vida al volante de aquel coche.
 
Si hubiera imaginado por un momento que aquella  mañana iba a ser la última vez que te iba a volver a ver con vida, te doy mi palabra de honor que  te hubiera dicho una vez más  que te quería.
 
Si hubiera sabido que ya no iba a tocarte más, te doy mi palabra de honor que te hubiera estrechado un rato más entre mis brazos.
 
Si hubiera adivinado que ya no iba a oler más tu perfume,  te doy mi palabra de honor que me hubiera guardado tu fragancia en lo más hondo de mi alma.
 
Si hubiera sólo por un momento pensado que cuando me despediste alzando tu mano, iba a ser la última vez que te escuchara, te doy mi palabra de honor que hubiera alargado el momento de la despedida, de forma que quedaran grabadas en mí, todas y cada una de tus palabras.
 
Hoy, roto de dolor me dirijo al jefe de policía.
 
Abro la puerta bruscamente y de igual manera tiro en la mesa la placa, el  uniforme y mi carta de dimisión.
 
 Levanto la cabeza desafiante y miro a mi padre a los ojos... es el primer día en mi vida que no lo oigo gritar.

Comentarios

  1. A veces alguien nos tiene que recordar lo evidente: no esperes para decir te quiero a las personas importantes. Gracias Florluna. Tu bello relato me ha conmovido y recordado situaciones similares a ésta. Apliquémonos el cuento. Datoser.-

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  2. Gracias por tu comentario y por tu lectura.

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