Las suelas de mis zapatos guardan mil ausencias con cada una de sus dolorosas huellas y tus besos encallaron ya, en las esquinas de mi boca. Mis ojos coleccionan lágrimas convertidas en estrofas de sal y mi pluma dejó de estar preñada de versos. Ya no nacen las letras. Tu nombre se ha vestido de ayer y el recuerdo de tu piel ha quedado adherido por siempre hasta en la costura de mis costillas. Me agarra, me atrapa y me aprieta demasiado fuerte esta soledad con sabor a nostalgia. Y es mi alma agrietada la que aguanta las embestidas de los días solitarios y de las horas paradas. Y aprieto fuerte las manos para que no se me resbale la despedida que guardo en ellas y ahogo un adiós que llevo atravesado en mi garganta. Mi corazón se limita a llamarme cobarde, pero hace tiempo que dejé de escucharlo.
Este es mi lugar, dónde las letras cambian mi mundo y me daré por satisfecha si mientras lees, cambio el tuyo. Sé bienvenido.