La apuesta es fuerte. Peligrosa incluso. El sonido de los
dados en tu mano mientras los agitas, me vuelve loca. Pero no doy un paso atrás.
Tampoco lo das tú. Nos estamos jugando nuestro amor al doce. Si sacas doce, pierdo.
Te vas. No sé cómo llegamos a este juego estúpido. Tampoco sé qué es lo que me
impide arrebatarte los dados y romper esta angustia. ¿En serio nos estamos
jugando nuestro amor al doce? Miro la mesa y no me gusta. No me gusta su color.
No me gusta el tapete verde, ni siquiera me gusta esos dados que no paras de
agitar. Me miras y me llevas al límite. Pero mi orgullo es mayor que mi miedo. Qué
maldito y poderoso puede llegar a ser el orgullo. Y qué tonto también. Se pierden miles de cosas buenas por
él. Estoy segura de que no tirarás los dados. O de que yo, en el último momento
te gritaré que pares. Que acabemos con esto. Pero me miras y me retas. Y a mí
no me gusta que me reten. Si sé que me amas, que venderías tu alma al diablo
por mí, que soy tu vida entera. Si sé que nací para amarte a ti, ¿cómo puede
ser que apostemos nuestro amor al doce? Contengo la respiración. Me arrepiento
de haber llegado tan lejos. Creo que me pruebas. Y eso me enfurece. Pero si no
te paro y ganas, ¿cómo haré para poder respirar sin ti? Te inclinas y de un
golpe seco tiras los dados. Sin dejar de mirarme. Cierro los ojos porque me da
miedo mirar. Eres un experto en el juego de los dados. No debí apostar. Pero ya
es tarde. Los dados han parado su movimiento. Ya no los oigo. No puedo abrir
los ojos. Seguro que sacaste doce. Te acercas y me dices al oído que abra los
ojos. Lo hago maldiciéndome en silencio. Miro la mesa. No están los dados. Te
miro y me ahogo en preguntas.
Se levanta del sillón para alejarse de la soledad que está sentada enfrente. No la llamó y vino sin permiso para quedarse. La mira descarada y hasta parece que se ríe de ella. A su lado sentada está la tristeza, que la mira con esos ojos tan suyos. Se retan entre ellas a ver quién de las dos puede hacerle más daño. María sale y se sienta a la orilla de un mar que se imagina. Donde él vive no hay mar y por eso lo espera allí, sentada en la arena ahora fría mientras mira al horizonte. Se alejó de ella casi sin despedirse, sin darle tiempo a nada. Y la mata cada día con su ausencia. Ella lo llama a cada instante pero se volvió de granito y no la escucha. Se tapa los oídos porque no quiere escucharla. María lo esperará siempre aún consciente de que él jamás regresará. Y llora cada vez que piensa en él. Y suplica para que el dolor que siente en el corazón se le vaya. Y ruega en voz alta y en voz callada que la suelte. Que es su mano la que fuerte y
Que una apuesta muy arriesgada... pero se vale hacer trampas... buen final y bien sacado de la ò dela manga.
ResponderEliminarme pregunto que número habrá en lugar del 6
saludos
carlos
Jajajaja q número hay en lugar del seis?? Buena pregunta. Aunque...sin respuesta. Gracias por leerme!! Abrazos!!
EliminarEs una delicia leer tus relatos, haces volar la imaginación. Gracias.
ResponderEliminarGracias seas quién seas. Un placer!
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