Yo creo en el destino firmemente. Creo que hay hilos
invisibles que se tejen a escondidas y a espaldas nuestras para que dos
personas, sin importar donde estén, se encuentren. Como encontrar una pieza de
un puzzle que has dado por perdida y un día te la encuentras en una caja que
dejaste olvidada en el altillo de un armario. Y en un cambio de estación,
guardando ropa y cansada de la tarea, la caja se cae y la pieza aparece a
tus pies. Una mirada, una palabra y la vida se te pone patas arribas (o boca
abajo). Y ya no puedes pensar en otra cosa que no sea esa persona, no te cabe
otra que quererla sí o sí. Que amarla sí o sí. Hasta te lo imaginas en el lado
vacío de tu cama y cuando te das la vuelta te llega el inconfundible olor de
él. Y resulta que ya eres incapaz de ver la vida si no es través de sus ojos. Y
todas las canciones de amor llevan su nombre y todas las calles te lo traen a
la memoria. Y dejas de tocar suelo porque son todo nubes a tu alrededor. Y
mueres por un beso y por los mil que están por venir detrás del primero. Por
una caricia y por las dos mil guardadas que lleva la primera. Y te ves capaz de
inventar amaneceres que ni existen, solo para brindárselos en papel celofán. Y
quieres coger el mundo y ponerlo a sus pies cuando te cuesta hasta saber en qué
mundo vives. Y si alguien te pregunta como pasó, no hay adjetivos en ningún
alfabeto que te ayuden a describirlo. E intentas pensar que hacías antes de que
se llegase él y no logras recordarlo. En esas estoy… desde que te conocí a ti.
( No me lo creo).
(06/06/2015)
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