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El asesino de las fotos

Sabía que sería otro lunes duro. Mi compañero me pisaba los talones cuando la vimos. Se podría decir que casi la vimos a la par. El que hubiese hecho aquello no se había molestado en esconder el cuerpo. Un asesino que quería que lo cogiesen. Era muy común en los asesinos que estaban cansados de que no los pillasen. O asesinos retadores. Yo me inclinaba más por la segunda opción. Recorrí mi mirada por todos sitios esperando ver un cartel que pusiese: “¿Os dejo mi nombre y mi dirección? ¿Se puede ser tan idiota?”¿Dónde os dieron la licencia?”
Era el cuarto cadáver en lo que iba de mes. No seguía el mismo modus operandi. Sabíamos que era el mismo, porque dejaba pétalos de rosas y una película de fotos de la victima en el cuerpo de esta. Viva. Sonriendo. De distintos días, horas y lugares. Pero no a todas las mataba igual. Ninguna de la cuatro tenía nada en común. Ninguna se parecía entre ellas. Ni el pelo, ni la edad, ni la complexión. Nada. Victimas escogidas al azar. O victimas escogidas para  jugar aún más con nosotros. No teníamos nada de nada. Ni una huella, ni un error por su parte. Solo sabíamos que el fotógrafo era él, que las conquistaba,  que estaba con ellas seis días y que al séptimo las mataba. Eso nos decía las fotos, con su día de la semana escrito al pie de cada una de ellas. Excepto el domingo que es cuando las asesinaba. Tenía que ser un chico apuesto como mínimo. Se le daba bien las mujeres. Era metódico. El modo de dejar los pétalos y las fotos. El no dejar una sola pista. También era muy cabrón, todo hay que decirlo. Sin escrúpulos y sin un mínimo de piedad. Un asesino en toda regla. Mi compañero me miró y dijo: “Valiente hijo de puta. Pero lo que más me jode es como me hace sentir de inepto. Se está riendo en nuestra propia cara y disfruta”.
 Tenía razón. Y lo peor, que era cuestión de seis días que volviese a actuar.
Miraba a la chica que yacía sin vida mientras esperábamos al forense que diese la orden de levantar el cuerpo y no me lo podía creer. Ineptos e inútiles era decir poco.
La próxima vez dejaría un libro con instrucciones para que supiesen que el asesino era yo.

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