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Sigo viviendo

Me he vuelto una mentirosa redomada. ¿O acaso cuándo digo que no puedo vivir sin ti, muero? No. Sigo viviendo. No dejo de respirar por mucho que me cueste. Los pulmones no paran de hacer su función y el corazón no deja de latir por más que diga, que en cualquier momento se parará de puro amor. Aunque mi piel se quiera morir cuando grita tus caricias. Y aunque mi garganta agonice  tu nombre, sigo viviendo. Aunque tu ausencia me haga jirones la piel del alma y mi memoria te extrañe a morir, sigo viviendo. Aunque mis ojos perezcan a veces porque no puedan ver el horizonte de los  tuyos. Y por más que quieras parar el mundo alrededor de mi cintura cuando me tienes y me posees, no puedes evitar que al marcharme, yo siga viviendo. Es mentira que muero. No es cierto. ¿Recuerdas las veces que morí en tu boca? ¿Entre las huellas de las yemas de tus dedos? ¿Recuerdas las veces que se me fue la vida mientras desfallecía entre tus brazos? Todo mentira. Mírame. Sigo viviendo. Aunque mi almohada llore y mis sábanas te añoren a muerte. Y aunque mi vida no sea vida sin ti, sigo viviendo. Y aunque mis manos tengan tatuadas la falta de las tuyas y el viento me traicione llevándose tu aroma, sigo viviendo. Y aunque la lluvia no cese en los cristales de mi melancolía y el paraguas no se me abra porque muere sin ti, sigo viviendo.
A pesar de mí misma. De esta necesidad imperante de ti, sigo viviendo.
Mi querido amor. Muero por ti. Te extraño hasta límites desconocidos e insospechados. Te amo hasta casi morir. Pero no es cierto. Mírame. Sigo viviendo.


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