Se sentó en su misma mesa. Cruzó su misma esquina. Respiró su
mismo aire. Anduvo sus mismos pasos. Miró en su misma dirección.
Y en su nuca se instaló su aliento. Lo sentía detrás. Y le
gustaba. Su solo presencia convertía su piel en sensaciones desordenadas. En piezas
de puzzles que no acababan de encajar. La confundía, la arrastraba. La llamaba
sin que la nombrase. Lo sentía sin que
la tocase. Y no había una fibra de su ser que no quisiese emprender la huída.
Pero también ansiaba quería quedarse. Le había desarticulado todas las horas del
día en un minuto. Sin buscarlo. Por casualidad. Solo pasaba por allí. Iba de
paso. Ni siquiera era su camino habitual.
Lo peor. Que sabía que él, era consciente de ello. Era como
un hábil herrero capaz de convertirla en hierro fundido. Y deseó convertirlo en
cigarrillo para tenerlo entre sus dedos y aspirarlo hasta que le estallasen los
pulmones. Sin monóxido de carbono que la dañase, pero con la letal certeza de
que aquello la mataría.
No sabía si fumar todo aquello que sentía o no hacer ni el
intento de prender el encendedor. Maldita la duda…
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