Me tocaba documentarme y fui a la biblioteca. Era pequeña y
antigua y además, la única de mi ciudad. Eso la hacia aún más especial. Disfrutaba
muchísimo buscando en las estanterías cada libro que me sirviera para tal fin. Internet
ayudaba, pero soy de los que se sienten cautivados por el olor a polvo de cada
libro que descansan a la espera de alguien como yo. Me retrasaba eso mucho el
trabajo pero hay cosas que valen la dulce espera. Y esta era una de ellas. Entre
libros olvidados de la mano de Dios y también del plumero de alguien que los
desempolvara de vez en cuando, estaba la chica que me iba a traer de cabeza esa
tarde. Por no decir la vida.
Leía un libro y constantemente alzaba la vista y miraba a través
de la ventana. O la dirigía mirando por toda la biblioteca. En una de esas me
vio, me mantuvo la mirada y me sonrió. Me provocó la sensación de protegerla. Fue
su sonrisa. Leí detrás de esa sonrisa, su tristeza. No sé. Siempre he tenido
esa habilidad. O manía. No sabría catalogarlo. Leer entre las líneas de una
persona, es un trabajo no remunerado que requiere experiencia. Yo la adquirí ya
en mi niñez. Leía las sonrisas de mi madre que disfrazaban el dolor por un
golpe o el no tener que darnos de comer. Leía su mirada cuando la vestía de
todo va bien, no pasa nada. No niego que a veces me aprovechara de este ¿don?,
yo veía cosas antes que nadie. Pero también me ha provocado y me provoca dolor
muchas veces. Es como asomarme a almas ajenas y tragarme de golpe cada sufrimiento
que guardan. Ladrón de penas y secretos pintados de angustias.
Y ella, tenía la sonrisa más triste con la que me había
cruzado en mi vida. Tuve que apartar la vista de sus ojos, para no sufrir las
heridas que llevaba aquel color café de su mirada. Lector de movimientos también.
El balanceo de su pie me indicaba el nerviosismo o impaciencia por algo. La
forma de pasarse la mano por la frente denotaba pesar y cansancio. Y su postura
indicaba, que en la espalda llevaba más peso del que su menudo cuerpo podía
aguantar.
¡Maldita sea! Tuve que contenerme para no ir allí, abrazarla
y decirle que pasara lo que le pasara, todo iba a estar bien. No hacía falta
ser muy listo para saber que me iba a tomar por loco y ya de paso me ganase, algún
bofetón. Tampoco hacía falta ser muy inteligente para saber que esa chica, le
iba a traer complicaciones a mi corazón. No estaba yo muy dispuesto a eso.
Con un suspiro de fastidio, me di la vuelta para no verla más.
Tuve que hacer un gran esfuerzo y echarle un pulso a mi voluntad.
¿A qué había venido a la biblioteca? ¿Qué libros necesitaba?
La chica esa me había despistado totalmente. ¡Ah! El trabajo. Concéntrate
chico, concéntrate. Me susurré a mí mismo, mientras localizaba al fin los
libros que andaba buscando. Los cogí y al darme la vuelta, allí estaba la chica
del alma en pena. Casi me doy de bruces con ella, y el freno hizo que los libros
volasen por los aires.
-¿Qué has visto? Cuando me has mirado. ¿Qué has visto?
-Perdona, pero no tengo la menor idea de lo que me estás hablando, le contesté
mientras mi mirada pasaba de sus ojos a
los libros del suelo.
-Espero, que se te dé mejor leerme que mentirme. Borra todo
lo que hayas podido leer de mí. ¿Entendido? Es de mala educación ir por ahí,
fisgoneando miradas. O al menos, disimula.
Puedes encontrarte con alguien que sea mejor lector que tú. ¡Ah! Una última
cosa. Si me das ese abrazo, prometo no tomarte por loco ni darte un bofetón.
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