No podía evitar pensar en él. Se había levantado esa mañana y
lo tenía dentro de cada uno de sus malditos pensamientos. Si abría los ojos lo
veía y si los cerraba, lo pensaba. No sabía que hacer. Tampoco era cuestión de
estar pestañeando todo el rato. Ya tenía bastante quebradero de cabeza para que
encima le escociesen los ojos.
Pensar en él, era algo así como pensar en una tarde fría y en
un cálido y humeante chocolate a la taza. Hoguera encendida. Olor a madera.
Crujir de sentidos. Explosión de sensaciones nuevas y algunas desconocidas. Calidez.
Esa era la palabra justa que definía en su conjunto todo lo que le rondaba la
cabeza. Calidez.
Hay historias que terminan antes de empezar.
Eso mismo pensó ella, mientras lo empujaba a él y a todo lo
que le provocaba, de la misma manera que son empujadas las nubes en un día de
viento.
Y se quedó con el alma llena de letras que le incumbían a él
y que tal vez desease toda la vida haber escuchado. Y amordazó su garganta para
que las palabras muriesen. No le dio cuartel alguno a la oportunidad.
Aún se pregunta por qué. Si por cobarde o si por torpe.
Comentarios
Publicar un comentario