Era la primera vez que iba a
visitar, una de las oficinas que tenía en otra ciudad. Llevaba tiempo planeándolo,
pero mi cargo no me permitió hacerlo hasta ese día. Iba pensando en como
actuar, para que el nerviosismo, no atacara al personal. Generalmente, la
llegada del jefe, solía incordiar. Y no era mi intención en absoluto. No nací
con este traje ni con este puesto. Me lo curré mucho.
No había mucha distancia desde el
hotel a la oficina. Era temprano y siempre me gustó caminar. Fue así, como me
crucé con ella. No era bella, de esas que te tiran para atrás. Pero me cautivó
la forma que tuvo de mirarme. No sé, entre retadora, descarada y una pizca de
picardía. Su delito fue sonreírme y mi condena, desear que esa sonrisa, fuese la que viese
cada mañana al despertar. No pude aguantarme las ganas y le pregunté por la
dirección de una calle. Me hice el despistado y usé la excusa para acercarme. Ella,
me indicó amablemente y, al escucharla, quise que el timbre de aquella voz, me
regalase sensaciones capaces de erizarme, hasta la piel del corazón, todos los
días de mi vida. Aquella mujer me
gustaba. Le di las gracias y le pregunté, que si aceptaría tomar un café
conmigo. Lo hice rápido. Tal y como me salió.
No tomo café con desconocidos. Me
dijo sin dejar de sonreír y colocándose el pelo detrás de la oreja.
Bueno. Pues acéptame la
invitación, hablamos y así dejo de ser un desconocido. Le contesté con el mismo
descaro que tenía, hasta su forma de levantar la barbilla.
¿Siempre vistes tan formal? Esa
pregunta me dejó fuera de juego.
¿Qué le pasa a mi ropa? Le
respondí mirándome a mí mismo sorprendido, como intentando buscarle pegas a mi
pantalón.
No sé, ¿no te gustan los vaqueros?
Hace mucho que no me pongo uno,
la verdad. Pero si es esa la condición, para que aceptes la invitación, voy a
comprarme unos, ahora mismo. No me podía creer que acabara de decir eso. Yo. En
vaqueros. Ni me imaginaba ya. Me encantaba esa chica, por ella era capaz de
traerme todos los vaqueros que existiesen, en la primera tienda que me
encontrase.
La próxima vez que me invites,
haz el favor de hacerlo en vaqueros. No me gustan los hombres tan formales. Me
recuerdan a los jefes. Esa gente tan altanera y tan en sus pedestales de
cristal.
Me sonrió y se alejó. Allí me
quedé mirándola entre fascinado, extrañado y con cara de tonto. Nunca, ninguna
chica me había puesto esa condición. Me parecía raro, absurdo. Pero estaba
decidido a volverla a buscar, en vaqueros. Ella, tomaría café conmigo, sí o sí.
Ya en la oficina, entre
presentaciones, supervisiones y demás, se me olvidó un poco la chica del
vaquero. A media mañana y ya en mi despacho, pedí que por favor, me trajesen un
café. Llamaron a la puerta y entró ella. Yo no sé quién de los dos, mostró más
cara de sorpresa. Cuando dejó el café en
la mesa, le pedí por favor que trajese otro. Me miró con cara, de querer asesinarme. Cuando regresó
con el segundo café, le pedí que se sentase.
¿Sentarme para qué?
Para que tomes café conmigo. ¿No
vas aceptarme la invitación, ni siquiera ahora?
Ahora menos. Mucho menos. Vaya
con la tozuda de la chica esta. Nunca me aproveché de mi posición de jefe,
hasta ese día. Y lo sentía por ella, pero es que me gustaba mucho.
Bueno. Entonces, esto no es una
invitación. Es una orden. Siéntate y toma café conmigo.
Si las miradas matasen, hubiese
caído fulminado. Se tomó el café de un sorbo, la condenada. No me dio tiempo ni
de preguntarle el nombre.
¿Desea algo más el caballero?
Sí. Que me acompañes a comprarme
esos vaqueros.
Así fue como conocí, al amor de
mi vida. Por cierto, se llama María y dudo que ningún vestidor, tenga tantos
vaqueros como el mío.
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