Hoy me ha sorprendido tu recuerdo. Me he levantado y he oído
el chasquido de mi memoria resquebrajarse. La tenía bien cerrada, amurallada y
acristalada. O eso creía. Pero al ir a beber mi zumo de naranja habitual, me he
atragantado con recuerdos enterrados y promesas no cumplidas. Y mira que le puse llaves, cadenas, candados y hasta un muro de
cristal blindado. No tengo idea de que lo que ha fallado. Pero me ha venido a
visitar hasta tu olor. He recordado que te gustaba el color blanco. Y tus
camisas impecables. Y la raya de tus pantalones. Y aquel abrigo tuyo azul marino,
con multitud de bolsillos interiores. Y la costumbre de ducharte por las
mañanas. Y tu manía de dejar el dentífrico abierto encima del lavabo. He
recordado tu despedida de tinta azul, en una nota blanca encima de la almohada.
Fíjate, a ti que no se te dio nunca bien escribir y resulta, que me dejaste por
testigos unas letras. Por cierto, me costó trabajo entenderlas. Escribías
fatal. En cambio, supiste poner bien la hache en el hasta, de hasta siempre. Eso
sí lo entendí.
Me dejaste tan descolocada que nunca lloré. Fui incapaz. Tu
marcha, me convirtió en estatua de escarcha y se congelaron mis lágrimas. No
pasaron nunca más a estado líquido. Y permanecen dentro del corazón, como
cubitos de hielo. Mira tú por donde, ahora me vendría bien poder usarlas. El
zumo de naranja está demasiado caliente.
He recordado las veces que me decías que me querías, que
nunca me dejarías. Que no podías vivir sin mí, que el aire te faltaba si no
estaba contigo. No sé. Ahora que me tomo un tiempo para recordarte, qué
mentiroso ¿no? Porque me consta… que sigues vivo.
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