Ir al contenido principal

El pirómano

El incendio fue tan devastador, que no quedó una sola pared en pie. En el suelo yacía, hasta el último de los recuerdos que mantenía en cajitas de cartón, decorada con florecillas blancas. Siempre me gustaron las florecillas blancas. Tenía un estante llena de ellas. Cada cajita tenía un tamaño, con un interior acolchado de distinto color. Con diferentes recuerdos dentro. Las compré en la mercería que está a la vuelta de la esquina. Un día las vi en el escaparate, entré y le dije a la dependienta, que me las llevaba todas. Pero  no quedó ni rastros de ellas. Recuerdos ennegrecidos a mis pies. Olor a quemado, que a pesar del tiempo transcurrido, no he conseguido hacer que desaparezca. Creo que ese olor, perforó mi cerebro y se instaló en algún recóndito rincón de él.
El  incendio comenzó sin que me diese cuenta y se propagó tan rápido, que ni tiempo me dio a reaccionar. Tuve que salir fuera, porque el humo me quemaba la garganta y apenas si podía respirar. Me lloraban los ojos, terriblemente. En las medidas de seguridad sobre los incendios, dicen que tienen que caminar a ras del suelo y ponerte un pañuelo mojado, en nariz y boca. Nada de eso pude hacer y casi muero en aquél incendio. La verdad es que me dejé la piel, en comenzar de nuevo. Partí de cero y sin nada. Reconstruí todo aquello, a costa de sudor, dolor y lágrimas.
Luego, compré botes de pintura de distintos tonos y empecé a pintar. Comencé por las paredes de mi alma. Tardé semanas enteras en terminar. Y ni aún así quedó bien. Conserva huellas aún, del infierno que sufrió. Los cuartos de mi corazón, necesitaron tres capas de pintura. Los resultados no fueron óptimos. Cuando pase un tiempo, creo que los volveré a pintar. Lo mismo, no elegí bien el color. Tu ausencia, la pinté de negro para que se viese menos. La oscuridad de la noche la oculta, que es cuando más te recuerdo. A veces, la luna traviesa entra por la ventana y, vislumbro la silueta de este echarte de menos. Entonces, me levanto y bajo las persianas. A tu crueldad le di un tono pastel, para hacerla dulce. Imposible tragar algo tan amargo. Tus promesas, las tiré directamente por el retrete, porque no admitió pintura alguna. Ningún color le iba. Aún me quedan los vacíos. Hay tantos y tan hondos, que el chico de la tienda de pinturas me ha dicho, que lo he dejado sin existencias.
Hoy me he estado informando. Incendiar una vida y reducirla a la nada…no constituye delito

Comentarios

Entradas populares de este blog

Una de Caperucita

 - ¿Puedo hablarte o me vas a vacilar cómo siempre? - No sé. Prueba... - ¿Estás enfadada? - No. - ¿Y por qué estás tan callada, si tú no te callas ni debajo de agua? - Estoy pensando. - ¿Pensando en qué? - En como le irá a Caperucita con el conejo de Alicia y si seguirá viendo el país de las maravillas. - ¿ En serio piensas en eso? - No. - Que graciosa la nota ¿ Entonces? Algo te ronda la cabeza. - Pienso en el lobo. Tan feroz y no supo retener ni a una niña. Que infeliz ¿no? _ ¿No puedes dejar de vacilarme? - Me cuesta.Te me pones tan a tiro... - ¿ Cuándo será que te hable y me contestes amablemente? Sin pullas, sin que me vaciles. Sin hacerte la lista. Sin dártelas de sabelotodo. Conseguirás que deje de hablarte un día. - ..... ( Silencio). - Lo echas de menos. Te lo noto. Aunque no lo nombres. Aunque ya no seas la misma. Pero lo sigues extrañando. Es eso lo que te pasa. ¿Estoy equivocada? - No. No estás equivocada. - Que raro que me des la razón. Debes de esta...

Una sola mirada

Era octubre cuando por primera vez la vio. Tomaba café sentada a la mesa de una cafetería, por la que él solía pasar cada día para ir al trabajo. Desde ese mismo día, cada vez que llegaba a su altura, aminoraba el paso, para poder contemplarla mejor. Siempre tenía la cabeza agachada, una mano sujetando la barbilla y la otra escribía sin parar, en un cuaderno con las tapas en verde. Llevaba tanto tiempo observándola que se sabía de memoria cada detalle de ella. Cuando la dejaba atrás y hasta llegar al trabajo, rememoraba cada cosa que le gustaba de ella. Le gustaba su pelo negro y la forma en que le caía a un lado de la cara, mientras no paraba de escribir. Le gustaban sus manos, estaba seguro que estaban hechas para acariciarle a uno cada centímetro de la piel. Le gustaba la forma en que distraídamente, balanceaba una de sus piernas, casi de forma mecánica. A veces, pensaba en entrar, en hacerse el encontradizo con cualquier excusa, pero no se atrevía. Sólo de p...

Los guantes nuevos (Cuento de Navidad)

Las calles se engalanan y las luces de mil colores estallan en mi retina. La música que se desprende de algún sitio llega hasta mí. Villancicos de siempre, letras ya conocidas. La navidad no es como antes.  No hay gente cantando por las calles. Hasta el olor ha cambiado. Observo a las personas caminar, con la cabeza gacha y el andar apresurado. Siempre llevan prisa. Desde mi pedestal no hago otra cosa que mirar, observar. Apenas me ven, soy una estatua que se mueve por dinero. No es que me guste la Navidad, hace tiempo que dejé de creer en la magia que algunos creen que tiene. Pero me vienen bien esta fechas.  A la gente que no les preocupa nada ni nadie en todo el año, les nace un sentimiento pasajero, efímero y  bondadoso que les hace tirarme alguna moneda.  Ya está. Se van felices porque ese gesto callan sus conciencias.  Me miran con la lástima que en otro mes cualquiera cambian por desprecio. Me gusta la Navidad simplemente porque ...