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El payaso

Te he conocido por tu forma de sentarte. Ha pasado tanto tiempo desde que no te veo, que me ha costado trabajo reconocerte. Tu recuerdo se borró cómo se borran las nubes tras un día de lluvia. Enterré tu recuerdo por mi propio bien, para volver a ser persona. Sí, durante mucho tiempo viví sin vivir, estuve sin estar, miraba sin mirar y hablaba sin decir. Un tren parado en una vía cortada. Aún me pregunto qué clase de herramientas usaste. Una errante hoja, que se mecía a favor del viento que hubiese ese día. He de decirte que nunca podrás pagar con nada, las lágrimas que vertí en tu maldito honor. Así nacieras cien veces.  Mentiría si te dijese que tu partida no me partió todos los esquemas de mi vida. Que no hiciste polvo todas y cada una de mis ilusiones. Que no tiraste por tierra todas tus promesas. Que no rompiste todas las paredes de mi existencia. Faltaría a la verdad si no reconociese que gasté tu nombre, a fuerza de llamarte. Que me hiciste falta, hasta casi volverme loca. Creo que desde entonces no ando muy cuerda, pero no se me nota mucho. Que sí, que lo sé. Que nadie se muere por nadie. Mírame. Soy el ejemplo. Pero hay muchas formas de morir y muchas armas con las que matar. Y tú, las usaste toda. También he de decirte, que aprendí a comer sin tener entre los dientes tus mentiras. A veces, las sentía cómo arena.  Hasta hacían ruido y todo. Y me las tenía que tragar con vino. Fíjate, qué curioso. A mí que  nunca me gustó beber. Pues desde entonces, me gusta. El vino, cómo que les daban otro sabor y así engañaba a mi estómago. Luego tenía que hacer un gran esfuerzo para no vomitar. Mi cuerpo, no terminaba de asimilar tanta basura. Tuve que sobreponerme a los días que seguían pasando, a pesar de ti. El sol seguía luciendo. Las noches se sucedían cómo si nada. La gente continuaba viviendo, riendo, soñando. Los niños no dejaron de jugar. El otoño regresaba, cómo regresaban la primavera, el verano y el invierno. Los rosales seguían nutriéndose en el jardín. La  lluvia golpeaba el tejado. Y el termómetro seguía marcando la temperatura del ambiente. El mundo no se paró. Siguió sin mí. A pesar de mi dolor. He de confesarte, que me dejé la piel en olvidarte. Desde entonces, sufro alergias. Creo que la maltraté demasiado y ahora me las hace pagar todas juntas. Pero aquí estoy. Ya me ves. Y ahora resulta que me llamas y aún no sé por qué. Ah! Sí. Que quieres volver.  ¿Eso dijiste? Disculpa que me ría en toda tu cara… no conocía esa faceta tuya de payaso. 

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