Ir al contenido principal

Con la palabra en la boca

Esa tarde cruzaba la carretera, con la prisa guardada en los zapatos. Apenas, tiempo para comer y vuelta al trabajo. La verdad, es que no me di cuenta de que el semáforo, estaba en verde. Llevaba la cabeza loca, pensando en mi madre y su manía, de estar protestando todo el rato. Que si la falda que llevas es muy corta. Que si el color del carmín es muy fuerte. Que si tardas un mundo en arreglarte y al final llegas tarde al trabajo. Que si un día me matas del disgusto. Que si ya tienes edad, para dejar que los pajaritos se te vayan de la cabeza. Que si eres una atolondrada, todo el rato en las nubes.
Que sí, que ya me lo dices siempre. Cambia un poco las frases, madre. Sorpréndeme. Dame un beso, que me voy, anda guapa.
Miraba el bolso porque tenía la vaga sensación, de que algo se me olvidaba en casa. El ruido de un frenazo y el estridente sonido de un claxon, me hizo volver al mundo real. Tenía un coche a milímetros de mí. Y a un tío vociferando con la cabeza por fuera de la ventanilla. ¿Siempre vas por la calle así? ¿En qué andas pensando? ¿En las musarañas? ¿No has visto el semáforo? ¿Qué andas buscando en el bolso? ¡A punto he estado de atropellarte! ¡Casi traspaso el pedal del freno por tu culpa!
A ver. A ver que decía el estúpido ese. Miré el reloj. Ahora sí que iba a llegar tarde. Apenas si lo miré siquiera y lo dejé allí en medio, con la palabra en la boca. Terminé de cruzar la carretera, mientras rezaba porque mi jefa, no estuviese allí. No soportaría otra bronca. El cupo por hoy, ya lo habían cubierto mi madre y el estúpido ese del coche.
Pues no. La suerte, había cogido vacaciones ese día. Mi jefa estaba allí. Pasa a mi despacho, reina. Un día de estos, te despido y me quedo más ancha que pancha. Anda, ve a tu mesa y haz las gestiones que te apunté en tu agenda. Sí, hija mía, sí. En esa agenda que siempre te olvidas aquí. ¿Para cuándo el día, de que pongas tus preciosos pies en el suelo?
Es verdad que era despistada y andaba siempre más alto que bajo. Es decir, más en las nubes que en el suelo, pero tampoco era para tanto.
A las ocho en punto salí. Había quedado con mi amiga de siempre para tomar algo. Era mi momento de respirar y relajarme. Por fin.
Volví a mirar el bolso mientras cruzaba la calle. Y pensaba qué historia me tendría mi querida amiga. Si yo estaba en las nubes, ella estaba a cien metros por encima de ellas. ¡La agenda!. Me la había vuelto a dejar en la oficina. Giré sin pensarlo, no me ganaba otra bronca por ese motivo. Y di, de bruces con él. Ví un móvil que volaba y milésimas de segundos después, escuché el golpe seco en la acera. Miré el teléfono. Quise que la tierra me tragase, cuando observé que el teléfono estaba desmontado por varios sitios ¿ Tú siempre vas tan distraída por la calle? ¿Crees que el mundo es tuyo y no hay nadie más en él? ¿Te has propuesto fastidiarme el día?
¡Vaya por Dios!. El estúpido del coche. Lo reconocí por la voz. No estaba por la labor de hacerle frente. A ver si por su culpa, no me iba a dar tiempo de recoger la agenda. Así, que allí lo dejé plantado, con la palabra en la boca. De nuevo. Y seguí mi camino. Cuando salí, allí estaba. En toda la puerta. Con los brazos cruzados y con cara de pocos amigos. Me fijé en él, no tuve otra opción puesto que me impedía, el paso hacia la salida. Lo cierto es, que no estaba nada mal. Era guapo el condenado. ¿Siempre eres tan maleducada? ¿Tienes la manía de dejar a la gente con la palabra en la boca?
¿Y tú, siempre eres tan estúpido?
Dio un paso al frente, me cogió por los brazos y me llevó hasta la pared. Pero ese ¿qué se había creído? Estaba por pegarle cuando me cogió la mano, sacó un bolígrafo de su chaqueta y me apuntó en el dorso su número de teléfono. Llámame cuando se te quite la fea costumbre de dejarme con la palabra en la boca. Eso sí. Dame unos días, que arregle el teléfono, porque para tu información debo decirte que lo rompiste.
Dio media vuelta y se largó. Me quedé sin saber qué hacer, mientras miraba una y otra vez, mi mano.

He de confesar que hoy y, a pesar de los años transcurridos...aún lo dejo con la palabra en la boca.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Una de Caperucita

 - ¿Puedo hablarte o me vas a vacilar cómo siempre? - No sé. Prueba... - ¿Estás enfadada? - No. - ¿Y por qué estás tan callada, si tú no te callas ni debajo de agua? - Estoy pensando. - ¿Pensando en qué? - En como le irá a Caperucita con el conejo de Alicia y si seguirá viendo el país de las maravillas. - ¿ En serio piensas en eso? - No. - Que graciosa la nota ¿ Entonces? Algo te ronda la cabeza. - Pienso en el lobo. Tan feroz y no supo retener ni a una niña. Que infeliz ¿no? _ ¿No puedes dejar de vacilarme? - Me cuesta.Te me pones tan a tiro... - ¿ Cuándo será que te hable y me contestes amablemente? Sin pullas, sin que me vaciles. Sin hacerte la lista. Sin dártelas de sabelotodo. Conseguirás que deje de hablarte un día. - ..... ( Silencio). - Lo echas de menos. Te lo noto. Aunque no lo nombres. Aunque ya no seas la misma. Pero lo sigues extrañando. Es eso lo que te pasa. ¿Estoy equivocada? - No. No estás equivocada. - Que raro que me des la razón. Debes de esta...

Una sola mirada

Era octubre cuando por primera vez la vio. Tomaba café sentada a la mesa de una cafetería, por la que él solía pasar cada día para ir al trabajo. Desde ese mismo día, cada vez que llegaba a su altura, aminoraba el paso, para poder contemplarla mejor. Siempre tenía la cabeza agachada, una mano sujetando la barbilla y la otra escribía sin parar, en un cuaderno con las tapas en verde. Llevaba tanto tiempo observándola que se sabía de memoria cada detalle de ella. Cuando la dejaba atrás y hasta llegar al trabajo, rememoraba cada cosa que le gustaba de ella. Le gustaba su pelo negro y la forma en que le caía a un lado de la cara, mientras no paraba de escribir. Le gustaban sus manos, estaba seguro que estaban hechas para acariciarle a uno cada centímetro de la piel. Le gustaba la forma en que distraídamente, balanceaba una de sus piernas, casi de forma mecánica. A veces, pensaba en entrar, en hacerse el encontradizo con cualquier excusa, pero no se atrevía. Sólo de p...

Los guantes nuevos (Cuento de Navidad)

Las calles se engalanan y las luces de mil colores estallan en mi retina. La música que se desprende de algún sitio llega hasta mí. Villancicos de siempre, letras ya conocidas. La navidad no es como antes.  No hay gente cantando por las calles. Hasta el olor ha cambiado. Observo a las personas caminar, con la cabeza gacha y el andar apresurado. Siempre llevan prisa. Desde mi pedestal no hago otra cosa que mirar, observar. Apenas me ven, soy una estatua que se mueve por dinero. No es que me guste la Navidad, hace tiempo que dejé de creer en la magia que algunos creen que tiene. Pero me vienen bien esta fechas.  A la gente que no les preocupa nada ni nadie en todo el año, les nace un sentimiento pasajero, efímero y  bondadoso que les hace tirarme alguna moneda.  Ya está. Se van felices porque ese gesto callan sus conciencias.  Me miran con la lástima que en otro mes cualquiera cambian por desprecio. Me gusta la Navidad simplemente porque ...