Cae la tarde sobre los tejados, el sol los besa con su calor
amarillo y seca las gotas de lluvia, de esta mañana. Aún hay charcos aquí y
allá, cuando voy a visitarte. Suena esa canción que me dedicaste y que hicimos
nuestra. Está puesta de fondo y de forma que suena, una y otra vez. Sé que te ayuda, a llenar la soledad derramada que te hace
resbalar. Tienes mucho cuidado en mirar por donde pisas, porque a punto has
estado de caer varias veces.
Miras por la ventana, mientras esperas que la cafetera
termine de hacer el café. Su olor inunda la casa. Inspiro y el aroma llega
hasta mis pulmones. No recuerdo, desde cuando no tomamos café junto. En cambio,
recuerdo con nostalgia las horas eternas en la cocina. Nos encantaba hablar y
hablar delante de nuestras tazas. ¿Recuerdas? Ese par, que compramos en nuestro
último viaje a Italia. Tomas mi taza y
viertes el café con aire ausente. Vuelves a la ventana. Apoyas tu mano en el
marco y la cabeza en tu brazo. Te oigo llorar. Hago que no veo, cómo las lágrimas
resbalan por tu cara, al igual que la soledad resbala por el suelo. Se me hace
duro verte llorar. Me hago la fuerte, pero no lo soy. Me pesan demasiado tus
lágrimas. Y tu dolor es mi dolor.
Sé que no puedes con mi ausencia y que la luna que te bajé
para que te acompañase en tus noches, ahora te ha dado la espalda. También sé
que el mundo que creé para ti, es el mismo al que no le encuentras sentido,
ahora que no estoy.
No puedo soportarlo más y me acerco por detrás. Te abrazo y
apoyo la cara sobre tu espalda. El olor de tu camisa, me hace llorar. A pesar
de mi marcha, no dejé de adorar ese olor.
Habito el dolor de tus silencios, con mis palabras. Te digo que te quiero, que
nunca dejé de hacerlo. Que estoy aquí. Que me sientas. Te rodeo y me pongo
frente a ti. Paso mis dedos por tu cara
e intento recoger tus lágrimas. En
vano. Porque se escurren.
Un escalofrío te recorre el cuerpo. Conozco muy bien el
gesto que haces, cuando lo sientes. Observo tu piel, testigo erizado de tu frío.
Dices que no puedes seguir así. Que esto, te está consumiendo. Que necesitas
salir a respirar, porque te estás ahogando allí dentro. Que es demasiado duro,
vivir si mí. Que no sabes qué hacer con esta vida, si no estoy yo. Que mi
ausencia desdibuja hasta tu alma, ahora herida. Que tienes en carne viva, cada
trozo de corazón que hice añicos, con mi marcha. Pides al tiempo, que dé marcha
atrás y suplicas, que vuelva junto a ti.
Terminas de un último sorbo el café y dejas la taza en la
mesita que está junto a la ventana. Al lado de un jarrón que ya no contiene
flores. Ya no hay flores en la casa.
Te marchas y me dejas sorteando, los charcos de soledad que
tú, evitaste pisar. Sigue sonando la música. Me quedo mirando como se pierde tu
silueta, en la lejanía.
Desde el mismo
momento de mi muerte, no he dejado de visitarte un solo día. Pero aún, no he encontrado la forma de hacértelo
saber.
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