Me rompe en pedazos este deseo por ella. Me rasga el alma. Pero no es sólo deseo de hacerla mía hasta que su piel, no tenga otro olor que el de mi piel. Ni hasta que su garganta no grite otra cosa, que no sea mi nombre. No son estas ganas de poseerla hasta que no pueda ni pensar. No. Ni tampoco es esta locura que me quiebra la cordura, cuándo la imagino derramarse una y otra vez, mientras la poseo como un loco apasionado. No es sólo eso. Es más. Mucho más que eso. Es tenerla conmigo. Apoderarme de su alma. De su vida. De su mundo. Es mirarla a los ojos y decirle que la amo. Es sentirla respirar a mi lado. Es robarle su risa de niña enamorada y guárdala en los más profundo de mí. Es tener su cara a milímetros de la mía y acercarla más y mas, para besarla hasta quedar sin aliento. Es mirarla dormir, mientras le preparo café a su gusto. Es desear salir del trabajo lo antes posible, para volver a verla. Para disfrutarla. Para vivirla. Es querer pasear con ella. Tocarle el pelo. Olerla. Escucharla. Es querer comprarle flores. Cuidarla. Protegerla. Es querer tener sus manos entre mis manos. Adueñarme de toda ella. Dejarla sin salida. Acorrarla en un mundo que me he inventado sólo para ella. Estoy seguro que ella naciò para ser mía y sólo mía. Por los restos de los restos. Hasta que muera yo, o hasta que muera ella. Destinados a ser. Eso somos. Ella es mi niña, mi consentida. Mi amor. Mi pequeña. Hoy se lo he dicho. Le he dicho que quiero que pasemos juntos, el resto de nuestras vidas. Y ella me ha contestado que le duele el estomágo, que si quiero matarla. Así es ella. Nunca dice sí o no. Típico de ella esas frases que me encantan. Y yo...yo creo que es un sí.
Jugueteaba con la bastilla de su vestido, la agarraba, se la enrollaba entre los dedos para luego soltarla y alisarla con la mano con absoluta parsimonia.Llevaba rato haciendo lo mismo, sentada en su sillón con un mullido cojín en la espalda que hacía que su cuerpo se encorvara ligeramente hacia delante. De vez en cuando levantaba la cabeza y me miraba, entonces se ponía muy seria. Yo la miraba buscando en sus ojos algún sentimiento, algún pensamiento dicho en voz alta. Hacía tiempo que no hablaba más que alguna palabra suelta,sin sentido para mí aunque tal vez, con algún sentido para ella. No recuerdo el día en que su pelo se volvió tan blanco, ni de cuando su cara se surcó de arrugas, tampoco recuerdo cuando sus manos, antaño enérgicas y seguras se volvieron quebradizas e inseguras.Lo que sí recuerdo con total nitidez, es el día en que dejó de llamarme por mi nombre, recuerdo la primera vez que me miró y supe que me había convertido en una extraña para ella. Me echó al
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