Qué tiempo sin verte amor. Perdón que te moleste y perdón que aún te llame así, pero es que no sé llamarte de otra manera. Toma, ten un paraguas. Llueve y sé de tu manía de no llevarlo. Por eso traje dos. No debería de decírtelo, pero ya sabes tú que no soy de callarme nada. No olvidé ni uno sólo de tus besos. Llevo aún conmigo cada uno de nuestros momentos. He de confesarte que me he perdido en cientos de alma y que le he hecho el amor a otros cuerpos. Pero me fue imposible volver a encontrar tu aroma. Ninguna huele cómo hueles tú. Me he vuelto loco intentando rescatar en cualquier rincón, las mismas sensaciones que sentía cuándo estaba contigo. Negativo. Nada. No hay ninguna que se parezca a ti, ni siquiera en lo cruel. Me dejo la piel en olvidarte. No lo logré. Y juro que lo he intentado, pero no soy capaz de conseguirlo. Y le pongo empeño, no te creas. Pero aún, soy soldado rendido a los pies de tu mundo. Me ganaste. Y lo peor es que ni siquiera luchaste para ganarme la batalla. Sólo llegaste, te amé hasta la infinita locura y te marchaste sin que te hiciera dar la vuelta, el estruendo de mi alma. E hizo ruido. Te puedo asegurar que hizo mucho ruido. Despedazar un alma, se debe de escuchar creo yo, hasta en el otro mundo. Pero tú ni te inmutaste. Y aún te amo, amor. No puedo evitarlo. Y mira que procuro transitar por distintas calles, pero siempre regreso a la tuya. Hasta el sofá se niega a olvidarte y el muy condenado aún contiene tu aroma. Y no sabes las veces que lo desenfundé y lo lavé. Los primeros días huele a ese suavizante que tanto te gustaba. Pero luego vuelve a aflorar tu olor. No sé ni cómo puede ser posible eso, pero así es. Llevo tu aroma pegado en los mismos confines de mi ser. Por cierto amor, que me he puesto a hablar y al final se me olvidará lo que venía a preguntarte. Despéjame una duda y me marcho ya. Quiero que me digas qué hiciste con mi vida, en qué lugar la arrojaste porque quisiera recuperarla. Más que nada...para poder seguir viviendo.
Jugueteaba con la bastilla de su vestido, la agarraba, se la enrollaba entre los dedos para luego soltarla y alisarla con la mano con absoluta parsimonia.Llevaba rato haciendo lo mismo, sentada en su sillón con un mullido cojín en la espalda que hacía que su cuerpo se encorvara ligeramente hacia delante. De vez en cuando levantaba la cabeza y me miraba, entonces se ponía muy seria. Yo la miraba buscando en sus ojos algún sentimiento, algún pensamiento dicho en voz alta. Hacía tiempo que no hablaba más que alguna palabra suelta,sin sentido para mí aunque tal vez, con algún sentido para ella. No recuerdo el día en que su pelo se volvió tan blanco, ni de cuando su cara se surcó de arrugas, tampoco recuerdo cuando sus manos, antaño enérgicas y seguras se volvieron quebradizas e inseguras.Lo que sí recuerdo con total nitidez, es el día en que dejó de llamarme por mi nombre, recuerdo la primera vez que me miró y supe que me había convertido en una extraña para ella. Me echó al
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