Perdóname la cobardía de escribir palabras en versos y no ser capaces de decírtelas a ti. Perdóname mis ausencias, mis idas y mis vueltas. Perdóname mis silencios. Los pinté de colores para que no te dolieran demasiado y no te dejara la vida en blanco y negro.Perdóname cada lágrima que te hice derramar, perdonáme cada uno de tus suspiros envuelto en lamento. Perdona los gritos que callaste y te hirieron cómo aristas de cristal. Perdóname las despedidas sin despedidas, que tuviste que soportar cómo un auténtico guerrero con armadura y espada. Te empeñaste y quisiste guardar en tu alma, mi alma. Y mis pasos, mis sonrisas, mis desvaríos, mis ojos. Las flores que me gustaban, la letra de nuestra canción. Las palabras calladas, las que se dijeron, las que se ocultaron y las que murieron detrás de cada línea, de cada párrafo. Guárdaste hasta las que se quedaron mudas a orillas de nuestras bocas. Perdóname tus ganas de convertirme en poema para así leerme cuándo me extrañas. No soy mujer para ti. No sé las veces que te lo dije. Pero no quieres oirme. No lo quieres entiender. Le buscas razón a la sinrazón. Y rompes mis esquemas, mis horas, mi rutina. Y por ser capaz de hacer, me conviertes hasta en partitura de la música que quieres oir. Y me marcho y me quedo. Me arrastras y me llevas, no hay ancla que aguante tu fuerza. Y conviertes mi vida en tu destino. Eres la roca que no se mueve. Nada de lo que haga o diga te hace dar un paso atrás. Y sabes que volveré a irme. Eres consciente. Pero creo que sabes también de mi regreso. Eres un auténtico templario, protegiendo su santo grial. Sólo que tus armas no hieren ni matan. Capitán de un barco que cuando está a punto de zozobrar, te haces con el timón con manos de acero. Perdóname por todas estas cosas, pero sobre todo, perdóname las huellas imborrables del vacío, que te causan todos y cada una de mis silencios. Mienten todos...pero es en defensa propia.
Jugueteaba con la bastilla de su vestido, la agarraba, se la enrollaba entre los dedos para luego soltarla y alisarla con la mano con absoluta parsimonia.Llevaba rato haciendo lo mismo, sentada en su sillón con un mullido cojín en la espalda que hacía que su cuerpo se encorvara ligeramente hacia delante. De vez en cuando levantaba la cabeza y me miraba, entonces se ponía muy seria. Yo la miraba buscando en sus ojos algún sentimiento, algún pensamiento dicho en voz alta. Hacía tiempo que no hablaba más que alguna palabra suelta,sin sentido para mí aunque tal vez, con algún sentido para ella. No recuerdo el día en que su pelo se volvió tan blanco, ni de cuando su cara se surcó de arrugas, tampoco recuerdo cuando sus manos, antaño enérgicas y seguras se volvieron quebradizas e inseguras.Lo que sí recuerdo con total nitidez, es el día en que dejó de llamarme por mi nombre, recuerdo la primera vez que me miró y supe que me había convertido en una extraña para ella. Me echó al
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