Cruzaba la esquina con el único pensamiento de que el despertador y la mañana se habían vuelto contra de él y llegaba tarde al trabajo. El café se le había derramado, las tostadas quemadas al cubo de la basura. El calentador no funcionaba y se tuvo que duchar con agua fría. Cuándo salió de casa, cerró de un portazo la impotencia y la rabia de haberse levantado con tan mal pie. A ver qué excusa daba, no quedaba bien decir que se había quedado dormido. En esas estaba cuándo chocó de bruces con ella. Libros desparramados, un bolso que volaba, el contenido del mismo desparramados aquí y allá, flores blancas esparcidas, una agenda, un bolígrafo, un móvil, dos cajas de leche, galletas, naranjas rodando, panecillos dejando huellas de migas por el suelo. Cómo en Hansel y Gretel. No supo por qué se le vino ese cuento a la cabeza. No tenía bastante con la mañana que llevaba y ahora esto. Justo tenía que ir a chocar con la chica ésta, que más bien parecía un puesto ambulante. Soltó un resoplido mirando todo aquél desastre y ella lo llamó estúpido. Encima! Mis flores. Has destrozado mis flores. Sólo le importaba las estúpidas flores. Cuando la miró para decirle que la culpa había sido de ella, que más bien parecía un tren de mercancía al andar y que dejara de llamarlo estúpido, no pudo. Las palabras murieron en su garganta y él murió en esos ojos. Nunca vió una mirada tan azul. Era cómo ver el mar. Y él acababa de morir ahogado. Ella no cesaba de llamarlo estúpido y reclamar sus flores. Eran tres rosas blancas. Pétalos deshojados a sus pies. Le dijo que él le repondría esas flores durante todos los días de su vida. Ella le respondió que aparte de estúpido, estaba loco. Sí, lo estaba. Lo acababa de descubrir. No sabía de dónde le había salido aquella cursilada. Cuándo terminó de recomponer todo aquello, y la chica volvió a parecer un puesto ambulante, se despidió con un torpe lo siento. Entonces y para su asombro, ella le anotó su dirección y le dijo que esperaba esas flores durante todos los días de su vida. Hoy, después de muchos años de haberse casado con ella...aún seguía enviándole flores a su buzón.
- ¿Puedo hablarte o me vas a vacilar cómo siempre? - No sé. Prueba... - ¿Estás enfadada? - No. - ¿Y por qué estás tan callada, si tú no te callas ni debajo de agua? - Estoy pensando. - ¿Pensando en qué? - En como le irá a Caperucita con el conejo de Alicia y si seguirá viendo el país de las maravillas. - ¿ En serio piensas en eso? - No. - Que graciosa la nota ¿ Entonces? Algo te ronda la cabeza. - Pienso en el lobo. Tan feroz y no supo retener ni a una niña. Que infeliz ¿no? _ ¿No puedes dejar de vacilarme? - Me cuesta.Te me pones tan a tiro... - ¿ Cuándo será que te hable y me contestes amablemente? Sin pullas, sin que me vaciles. Sin hacerte la lista. Sin dártelas de sabelotodo. Conseguirás que deje de hablarte un día. - ..... ( Silencio). - Lo echas de menos. Te lo noto. Aunque no lo nombres. Aunque ya no seas la misma. Pero lo sigues extrañando. Es eso lo que te pasa. ¿Estoy equivocada? - No. No estás equivocada. - Que raro que me des la razón. Debes de esta...
Woow!! Entre morir ahogado en el mar de sus ojos... Y el aroma de las flores en el buzón, me quedo con la chica que me dio su dirección...
ResponderEliminarjajajajajajaja. Lógico!!!
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