Ir al contenido principal

Crueldad en estado puro

Mientras camino a visitarte voy pensando que te has convertido en  la más dura de las ausencias. En mirada sin un atisbo de sentimiento que se aleja sin volver la vista atrás. Resuenan tus tacones por las calles de mis recuerdos. Y has dejado una estela de añoranza y puro dolor en los rincones de mi alma. Y la nostalgia se ha colgado de las paredes, las siento resbalar por las canaletas del tejado. Me lo habías advertido una sóla vez. No eras mujer de advertencias vanas. Me advertiste que te tendría por siempre, por entera. Pero que si te lastimaba una sóla vez, te convertirías en la más cruel de las ausencias que me tocara soportar. Y lo cumpliste. No eras mujer de dar una segunda oportunidad. Decías que aquél que no valoraba las cosas cuándo las había tenido, merecía sufrir cuándo las perdiese. Y con un golpe seco cerraste la puerta y atrancante los postigos de las ventanas. No eras una carta que se jugaba al antojo de nadie. Detestaste siempre los juegos. Y yo, estúpido dónde los hubiese, no te creí. Ahora me toca lidiar con las horas sin ti. Con el tiempo que pasa lánguido, lento. Están rotos los segunderos en todos y cada uno de los relojes. Los días se han convertido en meses y las noches en años. El vacio es lo peor. No tengo forma ni manera con el que llenarlo. Hasta que te fuiste, no me di cuenta que lo ocupabas todo. Vacía las estanterías del salón, te has llevado todos tus libros. Vacía los estantes del baño. No está tu champú, ni tu bolsita de maquillaje, ni tu cepillo de dientes. Vacía mi vida, te has llevado tu presencia. Vacío mis oídos, no están tu voz ni tus risas. Vacío el corazón, no están tus latidos. Vacío las semanas, te has llevado los días. Domingo sin ti. Cuando llego dónde estás, me postro de rodillas en el suelo y te dejo una flor mientras pienso en que no hay ser humano, que merezca semejante castigo. Ni siquiera yo. Qué maldita crueldad la tuya. Y qué maldita seas tú mil veces. Leo una vez más el epitafio en tu lápida. Palabras escritas convertidas en certeros dardos que me hunden en la más absoluta de las miserias." De la única advertencia que te hice... ¿qué parte fue la que no entendiste?". 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Una de Caperucita

 - ¿Puedo hablarte o me vas a vacilar cómo siempre? - No sé. Prueba... - ¿Estás enfadada? - No. - ¿Y por qué estás tan callada, si tú no te callas ni debajo de agua? - Estoy pensando. - ¿Pensando en qué? - En como le irá a Caperucita con el conejo de Alicia y si seguirá viendo el país de las maravillas. - ¿ En serio piensas en eso? - No. - Que graciosa la nota ¿ Entonces? Algo te ronda la cabeza. - Pienso en el lobo. Tan feroz y no supo retener ni a una niña. Que infeliz ¿no? _ ¿No puedes dejar de vacilarme? - Me cuesta.Te me pones tan a tiro... - ¿ Cuándo será que te hable y me contestes amablemente? Sin pullas, sin que me vaciles. Sin hacerte la lista. Sin dártelas de sabelotodo. Conseguirás que deje de hablarte un día. - ..... ( Silencio). - Lo echas de menos. Te lo noto. Aunque no lo nombres. Aunque ya no seas la misma. Pero lo sigues extrañando. Es eso lo que te pasa. ¿Estoy equivocada? - No. No estás equivocada. - Que raro que me des la razón. Debes de esta...

Una sola mirada

Era octubre cuando por primera vez la vio. Tomaba café sentada a la mesa de una cafetería, por la que él solía pasar cada día para ir al trabajo. Desde ese mismo día, cada vez que llegaba a su altura, aminoraba el paso, para poder contemplarla mejor. Siempre tenía la cabeza agachada, una mano sujetando la barbilla y la otra escribía sin parar, en un cuaderno con las tapas en verde. Llevaba tanto tiempo observándola que se sabía de memoria cada detalle de ella. Cuando la dejaba atrás y hasta llegar al trabajo, rememoraba cada cosa que le gustaba de ella. Le gustaba su pelo negro y la forma en que le caía a un lado de la cara, mientras no paraba de escribir. Le gustaban sus manos, estaba seguro que estaban hechas para acariciarle a uno cada centímetro de la piel. Le gustaba la forma en que distraídamente, balanceaba una de sus piernas, casi de forma mecánica. A veces, pensaba en entrar, en hacerse el encontradizo con cualquier excusa, pero no se atrevía. Sólo de p...

Los guantes nuevos (Cuento de Navidad)

Las calles se engalanan y las luces de mil colores estallan en mi retina. La música que se desprende de algún sitio llega hasta mí. Villancicos de siempre, letras ya conocidas. La navidad no es como antes.  No hay gente cantando por las calles. Hasta el olor ha cambiado. Observo a las personas caminar, con la cabeza gacha y el andar apresurado. Siempre llevan prisa. Desde mi pedestal no hago otra cosa que mirar, observar. Apenas me ven, soy una estatua que se mueve por dinero. No es que me guste la Navidad, hace tiempo que dejé de creer en la magia que algunos creen que tiene. Pero me vienen bien esta fechas.  A la gente que no les preocupa nada ni nadie en todo el año, les nace un sentimiento pasajero, efímero y  bondadoso que les hace tirarme alguna moneda.  Ya está. Se van felices porque ese gesto callan sus conciencias.  Me miran con la lástima que en otro mes cualquiera cambian por desprecio. Me gusta la Navidad simplemente porque ...