No sé por qué me paré en aquél escaparate. No me gustaban las tiendas, me aburrían. Pero necesitaba un vaquero nuevo. Y a pesar de mí mismo y echándole un pulso a la pereza y al aburrimiento, entré. Ella, la chica que salió a atenderme hizo crujir en mí todos los sentimientos que habitan en el universo entero. Y cuándo digo crujir, lo digo bien. Porque sentí cómo rompían dentro .Fue algo así, cómo cuándo un cristal estalla en pedazos. El ruido de cristales retumbó desde el centro de mi pecho, hasta mis oídos. Cuándo la vi supe, que ya no iba a poder amar a nadie más. Llevaba el mundo más bonito en sus ojos. Y su sonrisa abría las puertas de todos los amaneceres juntos. Puesta de sol en su pelo. Todo ella, invitaban a uno a imaginarla sobre una alfombra inmensa al calor de una chimenea. Invitaba a uno a cuidarla, a protegerla hasta del viento que hacía que el pelo, se le viniese a la cara. Lo bueno, que ella sintió lo mismo. Lo malo, que no era libre. Así que hicimos de aquello, un amor fugitivo y convertimos cada beso en furtivo. Me sentía el ladrón de su tiempo. No soportaba las despedidas. Me dejaban herido de muerte hasta que la volvía a ver. Me pesaba las ausencias de ella entera. Me robó el corazón. Era suyo por completo, sin medida, sin límites, sin razón, sin condición. Vivía por ella y moría sin ella. Nuestro amor tenía fecha de caducidad. Lo sabía. Era conciente. Aquello nuestro, no podía terminar bien. Las cadenas que la ataban eran de un grosor considerable. Demasiadas responsabilidades. Candados de los que no lograba encontrar las llaves. Jaula dorada sin puerta. Habitación sin ventanas. El único soplo de vida que decía sentir, era cuándo estaba junto a mí. Amaba cada palabra de ella, cada gesto. Adoraba su forma de colocarse el pelo detrás de su oreja. Y odiaba el dolor y el pesar que al marcharse nublaban sus ojos. Contra todo pronóstico y a pesar de mi desesperanza por tenerla entera y libre junto a mí, fue valiente. Lo dejó todo atrás. Dejó su pasado en un camino que no volvería a transitar. Y se trajo dos maletas llenas de presente y retazos de futuro. Ahora la tengo conmigo. Está ahí. Sentada en ese sofá que pareció hecha para albergar su cuerpo. Y me mira. Y sonríe. Y la miro. Y sonrío. Y la amo. Ahora que lo pienso... no me llegué a comprar el vaquero.
Jugueteaba con la bastilla de su vestido, la agarraba, se la enrollaba entre los dedos para luego soltarla y alisarla con la mano con absoluta parsimonia.Llevaba rato haciendo lo mismo, sentada en su sillón con un mullido cojín en la espalda que hacía que su cuerpo se encorvara ligeramente hacia delante. De vez en cuando levantaba la cabeza y me miraba, entonces se ponía muy seria. Yo la miraba buscando en sus ojos algún sentimiento, algún pensamiento dicho en voz alta. Hacía tiempo que no hablaba más que alguna palabra suelta,sin sentido para mí aunque tal vez, con algún sentido para ella. No recuerdo el día en que su pelo se volvió tan blanco, ni de cuando su cara se surcó de arrugas, tampoco recuerdo cuando sus manos, antaño enérgicas y seguras se volvieron quebradizas e inseguras.Lo que sí recuerdo con total nitidez, es el día en que dejó de llamarme por mi nombre, recuerdo la primera vez que me miró y supe que me había convertido en una extraña para ella. Me echó al
Precioso, con final feliz!
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