Hoy te he vuelto a ver. Llevabas el pelo recogido de esa forma que me encantaba. El sol te daba de pleno en la cara y llevabas los ojos entrecerrados. Algo raro, porque nunca olvidabas tus gafas de sol. Eran parte de ti. He tenido que atar mis ganas de llamarte, con cadenas de acero. Tu nombre me ha quemado el estómago y ha alojado brasas en mi garganta. Le pedí al camarero un vaso de agua, pero anduvo tan lento que para cuándo me la bebí, tenía ya quemaduras de primer grado. Deberían de despedirlo. Ya decías siempre que para cuándo traía tu café, era mediodía. Lo exagerabas siempre todo. Tú te enfadabas y yo me reía. Tenía que calmarte, porque siempre te daban ganas, de tirarle el café por encima de esa inmaculada camisa blanca que llevaba. Has pasado por mi lado y ni cuenta te has dado de mi presencia. Y eso que estaba en aquella cafetería tan nuestra. Aún no puedo entender cómo pudiste olvidarme. Fíjate, yo que siempre fui torpe para desabrochar tus botones, algo que te hacía reir hasta la extenuación, ahora desnudo amaneceres por si te gustan y decides regresar. Siempre te gustó el amanecer. Decías que no existia nada cómo sentir que todo empezaba de nuevo. Hiciste tuya la frase que dice, que ningún anochecer, ha podido superar nunca a ningún amanecer. Yo me quedaba loco con tus cosas, con tus ocurrencias. Eras pura chispa. Y tenías la ternura en la misma medida que la dureza. También eso me gustaba. Yo estaba enamorado de ti. De toda tú. Aún te amo y no logro entender algo que me desconcierta enormemente y que nunca me esperé de ti. Cómo tú, que te proclamabas pacifista...pudiste haberme matado así.
Hoy te he vuelto a ver. Llevabas el pelo recogido de esa forma que me encantaba. El sol te daba de pleno en la cara y llevabas los ojos entrecerrados. Algo raro, porque nunca olvidabas tus gafas de sol. Eran parte de ti. He tenido que atar mis ganas de llamarte, con cadenas de acero. Tu nombre me ha quemado el estómago y ha alojado brasas en mi garganta. Le pedí al camarero un vaso de agua, pero anduvo tan lento que para cuándo me la bebí, tenía ya quemaduras de primer grado. Deberían de despedirlo. Ya decías siempre que para cuándo traía tu café, era mediodía. Lo exagerabas siempre todo. Tú te enfadabas y yo me reía. Tenía que calmarte, porque siempre te daban ganas, de tirarle el café por encima de esa inmaculada camisa blanca que llevaba. Has pasado por mi lado y ni cuenta te has dado de mi presencia. Y eso que estaba en aquella cafetería tan nuestra. Aún no puedo entender cómo pudiste olvidarme. Fíjate, yo que siempre fui torpe para desabrochar tus botones, algo que te hacía reir hasta la extenuación, ahora desnudo amaneceres por si te gustan y decides regresar. Siempre te gustó el amanecer. Decías que no existia nada cómo sentir que todo empezaba de nuevo. Hiciste tuya la frase que dice, que ningún anochecer, ha podido superar nunca a ningún amanecer. Yo me quedaba loco con tus cosas, con tus ocurrencias. Eras pura chispa. Y tenías la ternura en la misma medida que la dureza. También eso me gustaba. Yo estaba enamorado de ti. De toda tú. Aún te amo y no logro entender algo que me desconcierta enormemente y que nunca me esperé de ti. Cómo tú, que te proclamabas pacifista...pudiste haberme matado así.
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