Él se vistió de orgullo y ella se puso el traje de la falsa indiferencia. Él hacía cómo que no le dolía la despedida y ella disimulaba el dolor que aquello le causaba. El tiempo los convertiría en auténticos desconocidos. Una historia rota por un adiós fingido. Ahora jugaban a que nos les importaba a ninguno, la vida del otro. Ella se guardó cada momento vivido entre los trozos de soberbia que se inventaba. Y él permanecía recluido en los rincones del silencio. Ella, no daría marcha atrás, así muriera en el intento de querer volver una y otra vez. Y él, había recogido el puente que ella cruzaba para llegar a él. Ella se marchó sin volver la vista atrás y él se mordió la boca para no llamarla. Ella, en cada paso que daba alejándose de él, se guardaba las ganas de que sus manos la retuviesen. Él apretó los puños y las guardó en su bolsillo. El orgullo pintado, la sorberbia inventada y la indiferencia forzada se encargaría de convertir en nada... todo aquél algo que un día habían tenido.
Jugueteaba con la bastilla de su vestido, la agarraba, se la enrollaba entre los dedos para luego soltarla y alisarla con la mano con absoluta parsimonia.Llevaba rato haciendo lo mismo, sentada en su sillón con un mullido cojín en la espalda que hacía que su cuerpo se encorvara ligeramente hacia delante. De vez en cuando levantaba la cabeza y me miraba, entonces se ponía muy seria. Yo la miraba buscando en sus ojos algún sentimiento, algún pensamiento dicho en voz alta. Hacía tiempo que no hablaba más que alguna palabra suelta,sin sentido para mí aunque tal vez, con algún sentido para ella. No recuerdo el día en que su pelo se volvió tan blanco, ni de cuando su cara se surcó de arrugas, tampoco recuerdo cuando sus manos, antaño enérgicas y seguras se volvieron quebradizas e inseguras.Lo que sí recuerdo con total nitidez, es el día en que dejó de llamarme por mi nombre, recuerdo la primera vez que me miró y supe que me había convertido en una extraña para ella. Me echó al
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