Amaba el sexto día de la semana porque estaba ella. Adoraba esos días de zumo de naranja y café con tostadas, untadas de mermelada de fresa para él y de melocotón para ella. De risas tempranas por cualquier tontería y los ratos de estar un poco más en la cama. Los sábados de sábanas revueltas y la pereza de meterse en la ducha . De mariposas constantes, revueltas y locas en su estómago. Sábados de besos por cada rincón de la casa. De te quiero susurrados a cada minuto al oído. De caricias rodadas por la piel. De horas paradas y de eternos momentos.Qué ironía y que crueldad la de aquella mujer. Se llevó todos sus sábados y le dejó sólo el calendario que se encargaba de gritarle, que quisiera o no quisiera... el sábado regresaría una vez a la semana.
Jugueteaba con la bastilla de su vestido, la agarraba, se la enrollaba entre los dedos para luego soltarla y alisarla con la mano con absoluta parsimonia.Llevaba rato haciendo lo mismo, sentada en su sillón con un mullido cojín en la espalda que hacía que su cuerpo se encorvara ligeramente hacia delante. De vez en cuando levantaba la cabeza y me miraba, entonces se ponía muy seria. Yo la miraba buscando en sus ojos algún sentimiento, algún pensamiento dicho en voz alta. Hacía tiempo que no hablaba más que alguna palabra suelta,sin sentido para mí aunque tal vez, con algún sentido para ella. No recuerdo el día en que su pelo se volvió tan blanco, ni de cuando su cara se surcó de arrugas, tampoco recuerdo cuando sus manos, antaño enérgicas y seguras se volvieron quebradizas e inseguras.Lo que sí recuerdo con total nitidez, es el día en que dejó de llamarme por mi nombre, recuerdo la primera vez que me miró y supe que me había convertido en una extraña para ella. Me echó al
Te había perdido! Me alegra encontrarte por aquí nuevamente!
ResponderEliminarSi!! Me di cuenta Lunita. Tb me alegro yo!! Besazos!!
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