Un día en una cafetería, en una estación, en una playa, en un ascensor o vete tú a saber... conocerás al gran amor de tu vida. O cruzando una esquina te toparás con él. O sin buscarlo, lo hallarás en unos ojos que de repente te miran. También puede ser que el viento de un golpe, te arrebate tu sombrerito de paja y al recogerlo, te des de bruces con él. O tal vez, una voz te cale dentro y lo encuentres allí. O en estos tiempos modernos que corren, lo halles detrás de la pantalla de tu ordenador. Hay miles de sitios dónde te puedes enamorar. Y mil formas de hacerlo. Las mismas, que hay de perderlo. Y en la misma medida que has amado, sufrirás. Tu vida quedará varada cómo una barquita en medio del mar. Sea cómo fuere y vivas lo que vivas, me echarás la culpa o me darás las gracias, según te vaya. Lo mismo creerás en mí, que me maldecirás. Cómo si mi misión en la vida, fuese ir jodiendo a gente cómo tú. Hay personas que ni siquiera creen en mí. Me desprecian o niegan mi existencia. Otros en cambio, me llevan de la mano porque creen firmemente que soy yo, el que mueve los hilos de sus circunstancias. Que absolutamente todo pasa porque soy yo quién lo marca. Como si fuese un mago con una varita mágica y un conejo blanco en la chistera. Que los manejo. Que arrebato o que regalo. Hasta dicen que de mí depende, que las almas gemelas se reconozcan. Me cambian tantas veces el nombre, que hasta yo mismo me confundo. De lo único que no tengo duda es que existir, existo.
Puedes llamarme suerte, pero mi nombre es destino.
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