Cuándo lo vi por primera vez supe que venía a por mí. Pisando fuerte, con la seguridad esa que te da tener la razón siempre de tu parte. Orgulloso cómo un sol cuándo prevalece sobre las nubes. La mirada segura y sin bajarla jamás. Alto y fuerte como un junco. Siempre me hacía sentir pequeňa a su lado cuándo me miraba desde su pedestal de rey. Se convirtió para mí en el gran amor de mi vida. En ese amor que creo que sólo se siente una vez. Ese loco y apasionado sentimiento que traspasa y rompe todos los muros del alma más cerrada. Ahora, años después de casarnos, cuándo escuchaba las llaves en la puerta, siempre me preguntaba de qué manera venía a por mí. Me fijaba en sus manos. Si traía rosas, esas rosas que yo ahora detestaba más que a él, era para implorarme perdón por haberme partido la cara. Si las traía vacías, ya se encargaba él de llenarlas del dolor que me dejaba cuándo terminaba conmigo. Aún no había nacido rosa en el mundo,que pagara lo que aquél hijo de puta me hacía con sus malditas manos.
Jugueteaba con la bastilla de su vestido, la agarraba, se la enrollaba entre los dedos para luego soltarla y alisarla con la mano con absoluta parsimonia.Llevaba rato haciendo lo mismo, sentada en su sillón con un mullido cojín en la espalda que hacía que su cuerpo se encorvara ligeramente hacia delante. De vez en cuando levantaba la cabeza y me miraba, entonces se ponía muy seria. Yo la miraba buscando en sus ojos algún sentimiento, algún pensamiento dicho en voz alta. Hacía tiempo que no hablaba más que alguna palabra suelta,sin sentido para mí aunque tal vez, con algún sentido para ella. No recuerdo el día en que su pelo se volvió tan blanco, ni de cuando su cara se surcó de arrugas, tampoco recuerdo cuando sus manos, antaño enérgicas y seguras se volvieron quebradizas e inseguras.Lo que sí recuerdo con total nitidez, es el día en que dejó de llamarme por mi nombre, recuerdo la primera vez que me miró y supe que me había convertido en una extraña para ella. Me echó al
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