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El tiempo

A veces te parecerá que me quedo inmóvil. Como estatua de piedra. Me pedirás miles de veces que me quede quieto y otras en cambio, me rogarás que vuele. Crees que me inmovilizas cuándo llueve y miras nostálgica a través de la ventana de la cocina. O cuándo observas a esa pareja que se besan en el banco del parque. O cuándo un amor te da de lleno y te rompe en pedazos. O cuándo las noches se te hacen eternas por tanta soledad.  Crees que puedo moverme según tus deseos. Yo nunca tuve dueño ni dueña. Nadie es capaz de someterme. Es más, ni siquiera rozarme pueden. Siempre fui libre. No tengo cadenas, nada me ata. No soy compasivo. Me pides cosas de las que carezco. No tengo piedad. Siempre iré en tu contra. Creo que no lo acabas de entender. Puedes llorar, suplicar o volverte loca. Soy impasible. Relativo, eso dicen de mí los mejores poetas. Hasta dicen que soy el único que cura heridas y da la razón a quién la tiene. Ni corro, ni vuelo, ni me paro jamás. Voy al ritmo que tengo que ir. Segundo a segundo, minuto a minuto, hora a hora seguiré mi curso sin importarme si vienes o vas. Si te paras o caminas. Si lloras o ries. Si sufres o eres feliz. Si duermes o eres incapaz de conciliar el sueño. Si vives o mueres. Qué manía la tuya de querer poder conmigo.
Atte. El tiempo.

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