Silencio. Tengo que guardar silencio. No poder expresar lo que siento. Verte y hablar de tonterías para no delatarme. Dejar que esto me mate por dentro. Y callarme que te quiero. Y callarte que me quieres. Y guardar los deseos en algún rincón del alma. Y quemarnos a fuego lento. Y tener que adivinar lo que en realidad sentimos, debajo de cada palabra. Y me duele la cabeza, porque hay demasiados pensamientos que no puedo gritar. Y me estallan dentro. Y los tengo en la punta de la lengua y cuando recuerdo que no puedo dejarlos salir, retornan de nuevo al centro de mi cerebro. Y duele, no sabes cómo y cuánto duele. Cada uno de ellos tienen un dolor distinto. Cada palabra callada me tortura. Cada beso que me guardo muere. Cada caricia que evito darte, va languideciendo en las yemas de mis dedos. Cada abrazo que perdemos perece a mitad de camino entre tu cuerpo y el mio. Y siento tu aliento en mi nuca y puedo sentir cómo te inventas las fuerzas, para no perder la voluntad. Y procuramos mantener el tipo. Porque todo nos está prohibido. Morimos de amor y pasión y aún así, procuramos mantenernos en pie e intentamos evitar mirar al suelo. Para no ver cómo nos vamos rompiendo poco a poco. Tú eres más fuerte que yo. O por lo menos, esa es mi percepción. Lo mismo, mueres más que yo, pero aguantas mejor la calma para que no muera yo.
Jugueteaba con la bastilla de su vestido, la agarraba, se la enrollaba entre los dedos para luego soltarla y alisarla con la mano con absoluta parsimonia.Llevaba rato haciendo lo mismo, sentada en su sillón con un mullido cojín en la espalda que hacía que su cuerpo se encorvara ligeramente hacia delante. De vez en cuando levantaba la cabeza y me miraba, entonces se ponía muy seria. Yo la miraba buscando en sus ojos algún sentimiento, algún pensamiento dicho en voz alta. Hacía tiempo que no hablaba más que alguna palabra suelta,sin sentido para mí aunque tal vez, con algún sentido para ella. No recuerdo el día en que su pelo se volvió tan blanco, ni de cuando su cara se surcó de arrugas, tampoco recuerdo cuando sus manos, antaño enérgicas y seguras se volvieron quebradizas e inseguras.Lo que sí recuerdo con total nitidez, es el día en que dejó de llamarme por mi nombre, recuerdo la primera vez que me miró y supe que me había convertido en una extraña para ella. Me echó al
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