Se levanta del sillón para alejarse de
la soledad que está sentada enfrente.
No la llamó y vino sin permiso para
quedarse. La mira descarada y hasta parece que se ríe de ella.
A su lado sentada está la tristeza,
que la mira con esos ojos tan suyos.
Se retan entre ellas a ver quién de
las dos puede hacerle más daño.
María sale y se sienta a la orilla de
un mar que se imagina.
Donde él vive no hay mar y por eso lo
espera allí, sentada en la arena ahora fría mientras mira al
horizonte.
Se alejó de ella casi sin despedirse,
sin darle tiempo a nada.
Y la mata cada día con su ausencia.
Ella lo llama a cada instante pero se
volvió de granito y no la escucha.
Se tapa los oídos porque no quiere
escucharla.
María lo esperará siempre aún
consciente de que él jamás regresará.
Y llora cada vez que piensa en él.
Y suplica para que el dolor que siente
en el corazón se le vaya.
Y ruega en voz alta y en voz callada
que la suelte.
Que es su mano la que fuerte y
duramente le aprieta el mismo alma.
No le queda nada por decir, no le queda
nada por hacer.
Lo dijo e hizo todo.
Pero él se convirtió en estatua de
acero al que ningún sentimiento puede conmover.
El le dijo que se llamaba Jesús, pero
ella le dijo que si no le importaba lo llamaría Jota, porque si lo
llamaba por su nombre, le parecería que siempre estaba estornudando.
Y así lo llama.
Jota.
Y al nombrarlo le quema su nombre.
El le dijo que él estaba ahí, con
ella. Que estaría siempre que lo necesitara. Pero mintió.
No está. Y por más que lo llama, no
responde.
María ruega que pase el tiempo para
que atenúe lo que siente ahora.
Sabe que el tiempo es su único aliado.
Pero mientras tanto, le sangran todas
las heridas que te deja el amor cuando se va. Ese amor que sólo
sintió y siente ella.
Y escribe su nombre en la arena.
Jota.
Y una ola caprichosa se lleva las letras escritas, dejando a su paso una estela de espuma blanca.
Como presagio de que ya no está. Que
ya nunca estará. Que nunca volverá.
Pero aún así se queda sentada en la
fría arena... por si un día decide regresar.
Ay qué triste...cuánto desamor hay en el mundo...y también cuánta esperanza..Muy bello.
ResponderEliminarGracias Lunita. Te quiero mi niña!!
ResponderEliminarHay hermanitaaaaaa que triste pero a la vez muy lindo, como todo lo que escribes te quiero manolilla besos.
ResponderEliminarGracias!! Ya te dije por wassp que como no me comentaras te daba, y lo has hecho. Te quiero hermana!!!
ResponderEliminarPrecioso relato Manuela y la canción que le acompaña también pero a mí me ha recordado mucho a otra canción, una de Maná, en el muelle de San Juan!!
ResponderEliminarUn besote enorme!!!
Me imagino que si me has dedicado esa canción en Facebook, eres Moni, no??
ResponderEliminarGracias!!! Un beso!!
Cómo duele! Lo describes tan bien que parece que lo siento. La guinda la has puesto con esta bella y triste canción.
ResponderEliminarUn abrazo, Manuela.
Mi querida Aurora... gracias por dejar siempre una parte de ti, al pie de mis relatos. Un beso fuerte!!
EliminarMe encanta, yo creo que muchas hemos vivido esa ausencia que duele y rasga el alma y siempre esperamos que vuelva esa persona que una vez nos hizo sentir divina. Me has recordado a Penélope, pero a una Penélope del siglo XXI, que por más que se empeñe en ser una mujer libre, independiente, moderna, se estremece al sentirse amada de una forma especial y ya estamos perdidas... en esa playa... a la deriva.
ResponderEliminarFantásticas letras Manu, es genial poder leerte.
Se me ha olvidado decirte que esa canción es una de mis favoritas, una vez me la enviaron por mail y todavía se me revuelve algo cuando la escucho... ains... que vida esta mas achuchá... jajajaja
ResponderEliminarGracias Pau... es exacto lo que has escrito en tu primer comentario. Ya me conoces!! Besos miga!!
ResponderEliminarEs honda la tristeza que transmiten estas letras, y se hace real imaginar esa fría arena al contacto con el alma del personaje. Son casi versos estas frases.
ResponderEliminarBesos
Sí Luisgar, es honda la pena... Besos y gracias por pasarte.
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