Se le había hecho tarde. Solo cuando salió a la calle se percató de que ya era de noche, definitivamente el trabajo la tenía cada día más absorbida. Si hijo la había llamado una hora antes para preguntarle si tardaba mucho, no le hacía gracia que anduviera sola en mitad de la noche .Ella le respondió que no se preocupara y que la esperara para cenar. Se dio prisa para cruzar la distancia que la separaba del coche. Estaba a varias manzanas de allí, por la mañana le había resultado ardua la tarea de buscar aparcamiento.
A los lejos se escuchaban pasos apresurados, como si corrieran. No le prestó mucha atención y volvió a concentrarse en sus propios pensamientos.
De pronto lo escuchó. Agudizó el oído. Un gemido suave, tenue, apagado pero tremendamente lastimero que lo convirtió en lamento, hizo que volviera la cabeza y viera al chico tirado a un lado de la carretera.
Se arrodilló junto a él. El chico se encontraba herido de muerte, la afilada navaja le había infringido una herida mortal de necesidad. La vida se le escapaba por segundos sin que ella pudiera hacer absolutamente nada excepto quedarse junto a él. El chico le regaló su último aliento de vida. Regalo mortal que no deseaba, que no quería, que no había pedido.
La policía la encontró sentada en el suelo, llorando sin consuelo mientras sus rodillas acunaban la cabeza del chiquillo. Alguien la separó del cuerpo inerte del muchacho mientras sentía que con él se iba parte de su propia vida.
Cuando unos minutos antes ella salía presurosa del trabajo pensando en lo tarde que era, jamás hubiera podido imaginar que su hijo había ido a buscarla y que ese gesto lo pagaría con su vida.
Comentarios
Publicar un comentario