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Maldito orgullo

Mario se levantó del sillón y su estatura pareció ocupar toda la estancia. Siempre le gustaron los hombres altos, eso la hacía sentirse segura, arropada. 
Aunque ella siempre había fingido ser una chica fuerte, valiente, sin miedo a nada, en realidad por dentro era frágil como el cristal de bohemia.
  -¿ No dices nada Ale?- preguntó con cierta extrañeza alzando un poco la voz.
  - ¿ Qué quieres que diga?- le contestó ella-, ya lo has dicho todo tú.
  - No sé... es que me esperaba otra cosa... no me esperaba esa tranquilidad por tu parte- titubeó Mario 
  - ¿ Esperabas que me rasgara las vestiduras?, ¿ Qué te armara un escándalo?- soltó un resoplido y se encogió de hombros- ¿ De qué serviría?.
Ale se acercó a la ventana, fuera llovía con fuerza. Con gesto automático pasó el puño de la manga del jersey azul turquesa que llevaba puesto por el cristal formando círculos. Eso le permitió ver como la tierra de las plantas que tenía en el jardín caían resbalándose como serpientes a lo largo de los tiestos. Mañana le tocaría recoger todo aquello.
Una hora antes Mario la había llevado al salón con un escueto Ale, tenemos que hablar.
Ella lo escuchó atentamente, sin interrumpirle, mientras él le relataba con todo lujo de detalles, detalles que hubiera agradecido se guardara, cómo se había enamorado de otra mujer, que ya hacía tiempo que no la quería, que no sentía nada y que tampoco la deseaba como mujer. Que lo sentía mucho pero que eso era lo que había. Que hiciera lo posible por olvidarle y que rehiciera su vida en cuanto pudiera.
Después de una pausa que se hizo interminable en la que él esperó a que ella gritara o rompiera a llorar, fue él quién dando un puntapié en el suelo le gritó que ¿ por qué te quedas callada?, ¡dí algo!.
Se apartó de la ventana y mirándolo con frialdad le dijo:
- Por favor Mario, recoge tus cosas y márchate.
.- ¿ Eso es todo lo que vas a decirme?, ¿ Que recoja mis cosas y me vaya?, ¿ No te importa nada de lo que está ocurriendo?, ¿ No haces nada para intentar retenerme?- Mario formulaba una pregunta tras otra incapaz de creerse que su mujer se quedara como una pasmarote frente a él.
- El que me importe o no me importe no es la cuestión. La cuestión es que esto se ha terminado. Tampoco es el fin del mundo. No hay que darle más vueltas. La vida hay que tomársela como viene.
Algo en la actitud de ella no le cuadraba, no le terminaba de encajar aquella parsimonia y serenidad en su forma de hablar. Frunció el entrecejo y de pronto lo supo. Sintió que la cara se le ponía roja de ira. Así que la muy...
- ¿Desde cuándo Ale?, ¿Desde cuándo coño estás con otro puto tío?- vociferó él mientras las venas se le marcaban notablemente en el cuello- ¿ Desde cuando me engañas?.
- En todo caso Mario y a estas alturas poco te ha de importar eso ya -respondió la chica con increíble sosiego.
- ¡ Eres una...! - sin terminar la frase pegó un portazo de los que dejan a las puertas en peligro de muerte y se marchó.
Ale volvió a la ventana, la lluvia no había amainado aún. Los cristales lloraban por fuera, como si quisieran acompañarla en su propio llanto. Llanto que le había costado un mundo contener delante de Mario.
Debido a su tremendo orgullo y fuerte amor propio, herencia de su padre, prefirió que la creyera una cualquiera a que supiera que la había roto por dentro.
Un día le entregó su vida y ahora él se la devolvía rota en mil pedazos.
Se alejó de la ventana. 
Mañana tendría que arreglar el jardín.

Comentarios

  1. Mujer de hierro cara a la galería, pobre corazón roto en su soledad. Creo que es una señal de identidad de todas nosotras, nos envolvemos en una gran coraza para evitar que los dardos envenenados lleguen a tocarnos, y cuando alguno acierta a colarse, no damos muestras de ello. Lo dejamos para después, para nosotras solas. Como siempre amiga, precioso.
    Un beso.

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