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Alas rotas (última parte)


Cuando volví a despertarme noté que las correas estaban más sueltas, que ya no me apretaban tanto. Me sentía muy débil, supuse que era por la medicación que me estaban administrando, no obstante probé a soltarme una mano y no tuve el menor problema en hacerlo. Me estaba deshaciendo de las ataduras cuando escuché que la puerta se abría. Me quedé muy quieta rezando para que la persona que entraba no se diera cuenta de lo que estaba haciendo.
Era una enfermera, la misma  de la tarjeta con las iniciales que leí justo antes de que me durmieran.
Se acercó a mí y poniendo su cara a pocos centímetros de la mía me susurró:
-En el forcejeo de hoy conseguí aflojarle las correas sin que nadie se percatara de ello. Estas no son revisadas porque dan por hecho de que es imposible que alguien las desate sin ayuda.
-¿Por qué?, ¿por qué quiere ayudarme?- acerté a decir.
-Eso no importa mucho ahora, escuche atentamente y no me interrumpa ya que no dispongo de mucho tiempo. Le dejaré mi reloj de pulsera debajo de la almohada. Quiero que esté muy atenta a la hora. A las siete en punto se produce el cambio de turno y todos van de acá para allá sin prestar mucho atención a nada. A esa hora deberá estar usted vestida con las prendas que he dejado ocultas debajo del colchón. Cuando salga de la habitación siga recto. En el primer pasillo que se encuentre gire a la izquierda, al frente de éste verá un ascensor.Súbase en él y marque el -1. Una vez allí siga adelante y se topará con una puerta que previamente yo le habré dejado abierta. Se encontrará en la zona de lavandería, no habrá nadie a esa hora. Crúcela y verá un camión que estará abierto, súbase a él y espere a que salga de allí. El chófer no la verá porque estará arriba tomando su consabido café. Tendrá tiempo para ocultarse. Correrá de su cuenta y riesgo salir del camión cuando esté lo suficientemente lejos de aquí.¿Alguna pregunta?
-¿Cómo podré agradecerle esto?
-Me sentiré pagada si logra salir de aquí y encuentra a su hija.
-¿Mi hija?, pero ...
-Encuentre a su hija, Sofía, -me interrumpió-. No le puedo decir nada más al respecto, encuéntrela porque muerta no está. Tengo que irme ya Sofía, mucha suerte.
Antes de que me diera cuenta ya se había marchado.
Me quité las ataduras que me faltaban y muy despacio bajé de la cama. Tuve que agarrarme un momento porque me sentía mareada. Cuando me repuse un poco cogí el reloj que me había dejado y miré la hora. Marcaba las 18:35h.
Fui hacia la puerta y eché el pestillo, luego me dirigí a la cama y levanté el colchón. Lo que me había dejado era un uniforme de enfermera. Me lo puse mientras agudizaba el oído por si escuchaba algún ruido en la puerta. Después entré en el cuarto de baño y allí me recogí el pelo lo mejor que pude.
Salí y miré la hora nuevamente antes de guardarme el reloj en uno de los bolsillos. Las 18:55h.
¡Dios!, cinco minutos, cinco minutos y estaría camino de salir de aquella cárcel y lo que era mejor, tendría la oportunidad de encontrar a mi hijita querida.
El corazón me latía a mil por hora mientras dejaba transcurrir esos escasos y a la vez eternos minutos.
Cuando dieron las siete en punto abrí la puerta y entonces...
Me encontré con mi jefe que con tono bastante enfadado me gritó:
-¿Otra vez tienes ese dichoso libro entre las manos?.¿Cuántas veces he de decirte que no te pago por leer?.¡Dame ese libro!
Me lo arrebató de las manos y leyó en voz alta el título:
-¡Alas rotas! ¡Rota tendrás tú la crisma la próxima vez que te vea hacer la vaga, coño!

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